¿Educar para qué?

Se necesita que el proceso de “formación” de una sociedad sostenible sea exitoso. Es urgente que se logre “cultivar” una civilización justa y respetuosa de la naturaleza.

Hablar sobre desarrollo sostenible puede ser complicado. Más allá de decir que es “el balance entre lo económico, lo social y lo ambiental” o “un uso de los recursos que garantice su disponibilidad en el tiempo”, es interesante discutir las razones para buscar que el desarrollo sea sostenible y analizar cómo desde diferentes sectores se puede contribuir a que se logre.

Como no siempre hay tiempo de sobra para conversar, yo mantengo a la mano una definición: el desarrollo sostenible es un modelo que propende por un acercamiento de la humanidad a los ideales éticos que esta, de manera más o menos consensuada, se ha trazado.

Los debates alrededor del surgimiento y la legitimidad de estos ideales son interesantísimos, pero no hay espacio para esa discusión aquí. Sin embargo, los puntos a los que me refiero están casi exentos de polémica, al menos en lo que a la intención se refiere. Es decir, pocas personas rechazarían un desarrollo que se dé en paz, que respete los derechos humanos, que sea equitativo y no deje a nadie atrás, que reconozca que la naturaleza es el soporte de la civilización y no la destruya. Y esos esfuerzos por acercarnos a los ideales de la humanidad forjando una sociedad en la que la armonía caracterice las relaciones de los humanos (entre ellos mismos y con los otros elementos de la naturaleza a la que pertenecen), son, en principio, el desarrollo sostenible.

Vivir de una manera que valga la pena

Estos ideales son cambiantes, por supuesto, y se van afianzando y van evolucionando en el imaginario colectivo de la humanidad de una manera supremamente compleja. Esto hace que lograr su sana incorporación (no impuesta con violencia) en la vida práctica no sea para nada fácil. Pero hay que hacerlo. Hay que darle una forma sostenible a la civilización para evitar la destrucción de los ecosistemas globales y para vivir de una manera que valga la pena, pues, como se menciona en el cierre del libro Los límites del crecimiento, “el quid de la cuestión no es sólo si la especie humana sobrevivirá, sino más bien si logrará hacerlo sin caer en un estado de existencia mezquina”. Se necesita entonces que el proceso de “formación” de una sociedad sostenible sea exitoso. Es urgente que se logre “cultivar” una civilización justa y respetuosa de la naturaleza. En otras palabras, se necesita educar para lograr una cultura sostenible.

La educación es eso: un proceso de (auto)formación de una estructura humana de conocimientos, valores, actitudes, habilidades que nos permiten interactuar con el mundo. Es, como lo dice Gabriel Jaime Arango Velásquez en su libro Valor social de la educación y la cultura, una herramienta cultural y por ende es determinante en la creación de hábitos, comportamientos y relaciones.

Para el sector educativo, la ampliación de la cobertura de la educación es un asunto de grandísima importancia. Se ha reconocido, además, que, si no se trata de una educación de calidad, aumentar la cobertura no tiene mucho sentido. Pero falta profundizar en las discusiones sobre lo que significa la calidad. Esta no puede medirse únicamente (ni siquiera predominantemente) en función de lo que se esté aportando al mercado laboral en términos de producción de dinero. ¿Educar para qué, entonces? Para dar lugar a seres humanos íntegros, a una ciudadanía responsable. Educar para el desarrollo sostenible.

Como nos dice la Unesco, se necesita “un replanteamiento del modo en que nos relacionamos los unos con los otros y del cómo interactuamos con los ecosistemas que sustentan nuestras vidas”. Esto, también en palabras de la Unesco, es lo que propone la Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS): que podamos “tomar decisiones fundamentadas y adoptar medidas responsables en favor de la integridad del medio ambiente, la viabilidad económica, y de lograr la justicia social para las generaciones actuales y venideras, respetando al mismo tiempo la diversidad cultural”.

Alejandro Álvarez Vanegas
Por: Alejandro Álvarez Vanegas
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