Domesticar la soledad

Despreciar estar solos priva del vacío de encontrase con la propia conciencia; gozar intensamente de la soledad es la fuente del desarrollo de la vida espiritual

/ Bernardo Gómez

El hombre de hoy experimenta una gran paradoja: por un lado, a través de los medios de comunicación y especialmente de las redes sociales, se encuentra, como diría el sociólogo polaco Zygmunt Bauman, hiperconectado; puede ver y hablar con cualquier conocido o desconocido que se encuentre al otro lado del mundo a miles de kilómetros. Sin embargo, le cuesta saludar al vecino que se sube inoportuno en el ascensor y que se encuentra a tan solo unos centímetros de distancia.

Tal vez no ha existido un momento en la historia de la humanidad en el que el ser humano se sienta más solo. El hombre es un ser de carne y hueso y definitivamente necesita sentir calor, palpar y oler al otro para experimentar su humanidad, cosa que la virtualidad aún no logra. Muchos se quejan de la soledad, la ven como algo negativo, incluso llegan a temerle y por esta razón recurren a la hiperconexión para sentirse a salvo.

En el libro El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, aparece una fabulesca escena que plantea la importancia de domesticar lo que no conocemos:
“El zorro calló y miró largo rato al principito: –¡Por favor… domestícame! –dijo. –Bien lo quisiera – respondió el principito–, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas. –Solo se conocen las cosas que se domestican –dijo el zorro–. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos, ¡domestícame! –¿Qué hay que hacer? –dijo el principito–. Hay que ser muy paciente –respondió el zorro–. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca”.

Se hace necesario domesticar la soledad, aliarse con ella, ser su amigo. Cuando se logra esto y se alcanza esa familiaridad, se concluye que estar solo no es tan terrible, al contrario es una necesidad del alma, tal como lo señala la filósofa francesa Simone Weil.
En ocasiones, el impulso social no se basa en el amor a los otros; tiene su origen en el miedo a la soledad, en esa urgente necesidad de sentirse acompañado. Despreciar estar solos priva del vacío de encontrase con la propia conciencia; gozar intensamente de la soledad es la fuente del desarrollo de la vida espiritual.

Cultivar la soledad no es fugarse del mundo. Quien la propicia tiene el privilegio de meditar en torno a su vida y a su ser, adquiere una riqueza que puede ofrecer a los otros a través de la relación. Bien lo expresa Miguel de Unamuno al afirmar que la soledad permite conocer mejor a los seres humanos.
En conclusión, para estar bien con los otros debo aprender a estar bien conmigo mismo en soledad.
opinion@vivirenelpoblado

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