Detrás de una medalla

Al momento de escribir esta columna, Colombia seguía soñando con el oro en las olimpiadas de Londres. Una emisora radial dictaba la sentencia: si comparamos a nuestro país que, hasta la fecha, cuenta con tres medallas de plata y una de bronce, con cualquier otro que sólo haya conseguido una medalla, eso sí de oro, salimos perdiendo. Y probablemente tiene razón. No conozco la letra menuda de los Juegos, pero me suena a mezquindad olímpica que comentaristas sabelotodo quieran aguar la fiesta de unos atletas merecedores de todos los hurras y, además, de todos los agradecimientos.
El lema de estas competiciones, “más lejos, más alto, más fuerte”, sin duda es el adecuado, puesto que quienes llegan a participar en ellas son deportistas de alto rendimiento. Y lograr la presea de oro, claro que tiene que ser la meta reina. Pero una meta que no es la única y que, al igual que las que le siguen en importancia –plata, bronce, cuarto, quinto puesto–, llegará, o no, a sellar un proceso largo e intenso, en el que lo importante es el compromiso personal de poner toda la carne en el asador, como dicen en España.
Y ojalá el resultado se traduzca en una gran medallería –con oros incluidos–, para satisfacción de quienes han contribuido a que tengamos tan digna delegación en Inglaterra. Son muchos (¿todos?) los jugadores que se han ganado el cupo (el premio de estar allá) con las uñas, sin que a la mayoría de los colombianos les quitara el sueño ese empeño contra corriente.
No es secreto que nuestro país suele abandonar a los deportistas a su suerte, al menos mientras no estén en el curubito. Ahí sí salen presidente, gobernadores, alcaldes, líderes políticos a ofrecerles carro, casa y beca, lo cual, una vez pasado el entusiasmo, será otro calvario para los campeones que tendrán que mendigar de oficina en oficina para que les cumplan lo que les prometieron. Somos ingratos. Y olvidadizos.
Por eso, grabémonos en la retina la imagen de Rigoberto Urán (Urrao, Antioquia) en el podio, con esa expresión de sano orgullo, mostrándole a Colombia y al mundo que, contra todo pronóstico, había logrado entrar por la puerta grande del ciclismo mundial. Nos encandiló su medalla de plata. Por inesperada, porque los Juegos apenas empezaban y por ser la primera para Colombia. Por valiosa, no tanto por la plata, que también, sino por lo que guarda detrás: una infancia en medio de la pobreza, una adolescencia de vendedor de chance para sostener a su familia, aparatosas caídas, fracturas de clavícula, codos, muñeca; horas, meses, años de constantes entrenamientos; un 2012 que le ha permitido cosechar lo sembrado. (Y una anotación divertida: el desconcierto de los corresponsales deportivos, a quienes el embalaje de Urán cogió fuera de base).
Las historias de Óscar Figueroa (Plata en levantamiento de pesas) y de Jury Alvear (Bronce en judo) y de la mayoría de competidores, igual son para quitarse el sombrero.
ETC: Mi amiga, Fulanita, vive en la Transversal Inferior, cerca al Mall Verona. Me contó que allí hay un bar que está enloqueciendo a los vecinos porque pone la música en modo atronador. Según ella, ya se agotaron todas las gestiones de buena voluntad y a las autoridades les importa un pepino. Se llama La Barra de Verona, creo recordar.
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