Cyberbullying o acoso cibernético

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  En las dos últimas generaciones hemos visto cambios tan drásticos en las formas de comunicación de los menores, que no hemos tenido tiempo de asimilar las consecuencias de esos cambios. Hace unos años, a lo máximo que podían aspirar los menores era a tener una extensión telefónica en su cuarto. Esa habitación era compartida con un hermano y el contacto con el exterior era regulado en todo o en parte por los padres. Hoy en día, cuando la mayoría de niños y adolescentes tienen al menos una cuenta de correo electrónico y de mensajería instantánea, para no mencionar a todos los que usan redes sociales como Facebook y Twitter, y todos los que tienen su propio teléfono celular como mínimo con la posibilidad de enviar y recibir mensajes de texto y fotos, su propio computador y su propio cuarto, no es de extrañar que las formas violentas de comportamiento que se ven en los pasillos de los colegios, ahora viajes por las redes informáticas. El cyberbullying o ciberacoso implica el uso de tecnologías de información y comunicación para deliberada y repetidamente ejercer comportamiento hostil por parte de un individuo o grupo, con la intención de dañar a otros. Y es un problema grave que afecta a muchas familias.
El cyberbullying se hace por medio del correo electrónico, los mensajes de texto (SMS), los mensajes multimedia (MMS), la mensajería instantánea (IM), los blogs y las páginas web difamatorias.

Bullying y cyberbullying
El cyberbullying, como otras formas de bullying, se da en el cruce entre el control y el poder en el contexto de las relaciones interpersonales. Los que acosan tratan de ejercer poder y control sobre otros a los que consideran más débiles que ellos. Los que acosan quieren hacer sentir a sus víctimas que carecen de algo, que hay algo malo en ellas, pero las víctimas deben saber que no hay nada fundamentalmente malo con ellas y sí con quienes las acosan.
El cyberbullying se diferencia del bullying de varias maneras. Mientras el segundo se da en la mayoría de los casos por fuera de la vista y percepción de los adultos, el primero está totalmente por fuera de su alcance pues sucede entre personas de la primera generación de seres humanos que está siempre en línea y por esa misma razón, por estar siempre conectados, las víctimas lo sufren más a menudo y con más intensidad. Esta generación es la primera que está todo el tiempo en comunicación sin supervisión y con formas casi siempre desconocidas por los adultos. Además, el cyberbullying es diferente del bullying porque cuenta con el supuesto anonimato que brinda Internet, los ataques pueden llegar a más personas en menos tiempo y los atacantes a menudo no aprecian el daño que causan (a diferencia de lo que sucede con una agresión física). También es diferente porque los ataques suceden de forma y en momentos por fuera del alcance legal y la supervisión de los colegios: el acoso se hace primordialmente vía Internet en los computadores personales, es decir, en el cuarto de la víctima, o mediante los teléfonos celulares.

Miedo a la desconexión
Las víctimas del acoso con frecuencia tienen reservas para contar lo que les pasa pues temen que su situación puede empeorar si se hace pública. Además, temen que si le cuentan a sus padres estos opten por quitarles la conexión a Internet, el computador y el celular, y esto es impensable dentro de los patrones mentales de una generación que siempre está conectada y que teme por encima de todo perder el contacto con el mundo si no le permiten usar las tecnologías de la información.
Con el advenimiento del Internet móvil y las conexiones inalámbricas, las comunicaciones son ahora más ubicuas
Como medida de protección, los padres deben establecer canales francos de comunicación con sus hijos sin que eso signifique invadir su privacidad para cimentar la confianza que les permita a ellos denunciar si son víctimas de cyberbullying. Además deben educarlos para que ellos nunca revelen información personal a extraños, o sea que nunca le den su nombre, ni el de sus padres y amigos, a extraños; tampoco deben revelar su dirección, número de teléfono, colegio, instituciones o grupos a los que pertenecen (de actividades extraclase), fotos y sus identificaciones de Internet (usuarios y contraseñas), ni nunca atender mensajes de gente que no conozcan. Y si son víctimas de ataques, pedir ayuda, no hacerlo solo empeora la situación.

 
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