Cuentos a la carta

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Leonardo Muñoz Ureta, la cocina como inspiración literaria


< Leonardo Muñoz Ureta

Aromas, sabores y preparaciones que despiertan los recuerdos de su infancia y adolescencia en Magangué, Bolívar, son fuente inagotable de ideas para Leonardo Muñoz. Alimentos y recetas que han marcado su memoria o están ligados a personas cercanas como su abuela Micaela, son el punto de partida para conmovedores relatos que tocan el alma y el estómago.

Este joven escritor, estudiante de último semestre de Licenciatura de Lengua Castellana de la Universidad de Antioquia, ha ganado varios concursos locales y nacionales de cuentos, entre ellos el Concurso Nacional del Cuento del Ministerio de Educación y RCN, y la categoría juvenil de Sin armas la vida es otro cuento, organizado por Naciones Unidas. Actualmente se encuentra “cocinando” un nuevo libro de relatos gastronómicos, dividido en bebidas, entradas, platos fuertes y postres, que será editado a finales de este año por la Fundación Arte y Ciencia.

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Entre las delicias que componen este menú literario, está Acuérdate del tahine, la historia de una anciana inmigrante de Siria que sufre de Alzheimer y parece recuperar su memoria con el olor y sabor del tahine. Un plato fuerte es Pebre de galápago, un relato de dos hermanos pequeños que debajo de una cama presencian con horror la muerte de sus mascotas, dos tortugas que son cocinadas por su madre, a solicitud de un grupo de guerrilleros hambrientos que invaden su hogar.

En su edición 501 de noviembre de 2012, Vivir en El Poblado publicó uno de los cuentos de Leonardo: Viuda de pescado. En la presente edición, La Buena Mesa brinda a sus lectores otras dos de sus narraciones: Pebre de galápago y Agua de Arroz.


Agua de arroz
Por Leonardo Muñoz Ureta

Ingredientes:
• 1 taza de arroz
• 3 tazas de agua
• 3 cucharadas de azúcar
• 1 astilla de canela

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Preparación:
Atardece.
Olga está sentada ante la tumba de su hija.
Destapa un tetero y echa agua de arroz en la tumba.
Olga mira la tierra humedecida.
Mariana… otra vez, en la madrugada, he soñado contigo. Sueño que me ves llegar a la casa desde el umbral y empiezas a gatear hacia mis brazos. Veo que te acercas con una sonrisa de dos dientes, esa sonrisa que parece un sol.
Olga con las yemas de sus dedos acaricia la tierra.
Sueño también con tu llanto. Ese llanto tuyo que con escucharlo me deja una zozobra dentro de mí. Sueño que lloras desde lejos. Tu llanto me llama.
Olga aprieta en su puño la tierra.
… Te busco con desespero en la casa y no te hallo. Ese llanto tuyo suena con más fuerza, como si me pidieras que te encontrara para estrecharte en mis brazos.

Mariana… Mariana… En las madrugadas despierto sin encontrarte, luego vuelvo a cerrar los ojos para soñar contigo, pero ya no recupero el sueño. Tu llanto se me queda como un eco en mi sangre.
Olga vuelve a echar agua de arroz en la tierra.

Ese llanto tuyo se parece tanto a esos llantos cuando tenías hambre. Solo te calmabas cuando tomabas tu tetero con agua de arroz.
Silencio.

Después que sueño contigo pongo a hervir antes que los gallos canten tres tazas de agua. Le echo una astilla de canela para que tome sabor, luego la taza de arroz y dejo que hierva. Ese olor del agua cocinándose inunda la casa y me inunda de recuerdos el corazón. Vuelvo a verte con los ojitos cerrados como cuando te quedabas dormida en mis brazos. Vuelvo a tenerte mi niña, como si nunca te me hubieras ido. Escucho otra vez tu llanto. Lloras de hambre. Te calmas cuando hueles el olor del agua de arroz cocinándose. Ahora, yo me calmo cuando huelo ese arroz, y me digo tu nombre una y otra vez. Tu papá cuando me ve licuando el arroz para luego endulzarlo con tres cucharadas de azúcar para echarlo en tu tetero, me dice que si sigo así me volveré loca, dice que no debería pensarte tanto, ni venir a visitarte todos los días, pero tu papá no comprende que en este lugar puedes sentirte sola y hasta llorar cuando no tomas tu tetero. Tu papá no comprende que preparo el agua de arroz para que el frío del olvido jamás te toque.
Olga con las yemas de sus dedos acaricia la tierra. Noche.




Pebre de galápago

Por Leonardo Jesús Muñoz Urueta

– Hermana, ¿Qué crees que están haciendo a esta hora Nicolasa y Herminia en el cielo?
– No sé… pero mamá dijo que en el cielo pueden volar.
– ¿Será que no les harán falta sus caparazones?
– En el cielo les dan caparazones nuevos y son del color de la luna, eso dijo mamá.
– Extraño a Nicolasa y a Herminia.
– Yo también, hermano. El hilo lo cruzas en el punto donde se encuentran los dos palitos de matarratón. Sí… así, pero amárralo un poco más fuerte.
– Esta cruz es para Nicolasa. ¿Te acuerdas la primera vez que la conocimos?
– Sí, fue un domingo de mayo, cuando fuimos al río con papá a pescar.
– Estaba en la orilla, parecía como si se le hubiese olvidado que debía ir a las aguas del río.
– Sí, estaba como pensando… o esperándonos. Era una cosita de nada y tenía el caparazón blando como la cáscara de un anón maduro.
– Y tú, con sólo mirarla la bautizaste con el mismo nombre de tu muñeca de trapo. Nicolasa.
– A Herminia la trajo luego mi tío Apolinar, dijo que era para que le hiciera compañía a Nicolasa. Aprieta el hilo un poco más, así.
– Hermana, ¿tú te asustaste anoche, cuando llegaron Los goleros a la casa?
– Sí… Mamá dijo que te abrazara fuerte y que nos quedáramos callados debajo de la cama. Tenía miedo de respirar.
– Hermana, ¿por qué mamá dice que esos hombres huelen a cobre?
– Por las armas. En vez de ropas están cubiertos de armas.
– Me asusté cuando escuché que uno de esos hombres le gritaba a papá.
– Tenían hambre. Escuché los pasos de papá que iba al corral y cogía las gallinas, todas empezaron a cacarear.
– De las gallinas que papá agarró estaba Doris, la que ponía huevos azules.
– ¿Escuchaste cuando uno de esos hombres le preguntaba a papá su nombre y a qué se dedicaba? Mamá dijo que esos hombres tienen una lista, en donde escriben los nombres de quienes los denuncian. A esa lista la llaman lista negra. Mamá dijo que van a las casas de esas persoanas y las arrancan de sus familias como se arranca la yuca de los sembrados.
– Hermana, yo escuché cuando uno de esos hombres le ordenó a mamá que cocinara en el fogón de leña. Papá sacrificó las gallinas. Más tarde esos hombres vieron a Nicolasa y a Herminia que estaban juntas, debajo de la mesa en la cocina. Fue ahí cuando uno de ellos dijo que quería comer pebre de galápago. Mamá les rogó que no las fueran a sacrificar. Pero esos hombres tienen el corazón de cobre también.
– …
– … Hermana, escuchaste cuando ese hombre que tenía voz de metal pidió un machete y desde la penumbra en el patio, llegaba el sonido seco del machete en los caparazones de Nicolasa y Herminia. Mamá dijo que le cortaron las bocas para que no mordieran y las descuartizaron. Herminia tenía cinco huevos, dijo mamá.
– Después hubo silencio. Por el olor a cebolla y a tomate, supe que mamá estaba preparando el pebre. Papá dijo que mamá casi se desmaya cuando en sus manos tenía las presas de Nicolasa y Herminia para echarlas en el agua hirviente.
– y se hizo un silencio largo, en donde se escuchaba a esos hombres que se chupaban los huesos de Nicolasa y Herminia.
– Hermano, recemos por ellas, que les calmaron el hambre a esos goleros.
– …
– ¿Hermana, está bien la cruz de Nicolasa?
– Sí, a Nicolasa le gustará. Entiérrala con cuidado, húndela hasta que sientas que tocas el caparazón de Nicolasa bajo la tierra.
Segundo puesto Concurso de Cuento Cesde, Medellín, 2011.

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