Cuando el agua se acabó: el monstruo en la sala

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¿Todavía se afeita usted cantando con la canilla abierta durante 15 minutos y cada vez que hace pipí suelta el sanitario?

/ José Gabriel Baena

Por favor lean esto: “… la ciudad extendida en la que millones viven a la orilla de un río que matamos. La ciudad que se convirtió en un invernadero, abarrotada de coches que se mueven más y más lentamente, quemando combustibles fósiles y lanzando gases a la atmósfera. La ciudad que deforestó el entorno de los manantiales y se quedó desprotegida. La ciudad en la que, cuando cae la lluvia, parece que se evaporara antes de tocar el suelo convertido en hormigón, y en las tempestades se inunda y se destruye porque el cemento no puede absorber el agua. Las chimeneas de las fábricas… los tubos de escape de los coches de cada día son falos decaídos. Las ilusiones de poder y de superación, el sin límite de la modernidad, se convierten en polvo en la ciudad inmensa…”

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¿Quién habla así de Medellín? Pues no, no se trata de “nuestra” villa sino de Sao Paulo, en una pequeñísima parte de un extenso ensayo de la escritora brasileña Eliane Brum (“El País” de España, febrero 3) donde analiza en profundidad las consecuencias de la terrible sequía que amenaza a esa ciudad y a su estado del mismo nombre y estados vecinos, ahora mismo y como efecto de la imprevisión de los planeadores y autoridades. Les acaban de avisar a los más de 20 millones de habitantes que están a punto de ser racionados con una dosis mínima de agua potable a la semana, ¡5 días sin y sólo 2 días con! Las gentes, las que pueden, las de las clases medias, están acumulando en sus casas garrafones y cajas de botellas, agua en baldes -de donde sale el título del ensayo: “Vamos a necesitar un cubo más grande”-, convirtiendo a estos últimos en objetos de deseo. La andanada de Brum contra los gobernantes es dura, contra el alcalde, el gobernador, incluso contra la presidenta “que se nos vendió como ‘gerente’ pero demostró ser una mala gerente ya desde su primer mandato… la población ha descubierto que las autoridades no solo falsearon la realidad sino que no saben qué hacer ahora… Y la población se encontró sola y con el monstruo en la sala”. Recuerda la ensayista que este desastre ya había sido anunciado por un grupo de 200 futurólogos en un estudio de 2009, previendo la situación para 2020, pero el monstruo se adelantó 5 años. Sao Paulo, la ciudad más grande de Brasil, un gran emporio industrial y financiero que no para de trabajar las 24 horas como se pregona en sus lemas turísticos, según como van las cosas está punto de convertirse en una de esas ciudades de las películas de ficción apocalípticas -como la muy reciente “Elysium”-: las represas que la alimentaban ya no dan abasto o están medio secas por el verano cada vez más largo en la Amazonia, motivado por la devastación de la selva por los colonos en busca de tierra para ganado y, ojo paradojo, por la construcción de nuevas represas, con deforestación, destrucción ambiental, desplazamiento de comunidades, llegada de inmigrantes indeseables, etnocidio indígena, obstrucción de ríos. (¿Por qué será que me viene a la mente la represa Hidroituango? Descuiden: neuronas en ayunas). Esto, en Brasil. Mientras tanto aquí, en vista de que parece que ya no habrá un Niño infernal, nadie se acuerda del preaviso que tuvimos hace apenas siete meses con la pavorosa sequía en los llanos, con la muerte de más de 50 mil animales en los secos esteros, la Guajira calcinada. ¿Todavía se afeita usted cantando con la canilla abierta durante 15 minutos y cada vez que hace pipí suelta el sanitario? En Brasil “Sao Paulo sólo anticipa el futuro”. En Colombia “el tiempo de despertar ya pasó”.
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