Correr es una nota

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La Maratón de las Flores de Medellín
Correr es una nota
Cuando la carrera arranca solo queda en frente la distancia y como posibilidad única para lograrlo: encontrarse con uno, con su ritmo

Por Saúl Álvarez Lara

La historia dice que Filípides recorrió en dos días los 240 kilómetros que lo separaban de Atenas. La leyenda, que fueron solo 40 kilómetros. La razón de la carrera, una sola: anunciar a las atenienses que los persas habían sido vencidos en la llanura de Maratón. Filípides o cualquier otro, 240 o 40 kilómetros, historia o leyenda, lo cierto es que desde 1896 la distancia fue incluida en la programación de los Juegos Olímpicos con el nombre de Maratón en honor al triunfo ateniense y al mensajero que recorrió la distancia y solo alcanzó a decir “vencimos” antes de caer muerto.

La distancia olímpica pasó a 42K y en aras de estimular la participación, versiones de 21K, 10K, o incluso 5K aparecieron para atletas de todos los formatos, géneros y condiciones. En la mañana del domingo 8, miles de “Filípides” nos dimos cita en la meta de salida frente a la Parque de Los Pies Descalzos para la Maratón de Las Flores. Todas las opciones eran posibles: 42K, 21K, 10K, 5K.

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La meta de salida de una carrera atlética es particular: tal vez los nervios del momento, el deseo de arrancar, comprobar que uno es capaz de volver a la meta. Se habla duro, se grita de lado a lado de la vía para saludar a un amigo; un participante toma fotografías de su grupo y de otro grupo; una mujer revisa su maquillaje; otro habla con el desconocido de al lado de distancias recorridas, de tiempos, de la preparación para carreras con más alcurnia: New York, Berlín, Buenos Aires; el de más allá mira el piso y el reloj con insistencia; otro aplaude; se escuchan los himnos.


Cuando la carrera arranca solo queda en frente la distancia y como posibilidad única para lograrlo: encontrarse con uno, con su ritmo; el silencio toma forma en el grupo y solo se escucha el sonido de las suelas de goma en el pavimento. Esta vez no fue distinto, a pesar de que durante los primeros kilómetros, hasta la glorieta de San Juan con la 80, los participantes que gritan, hacen chistes cuando ven un conocido, o pasan como “volador sin palo” entre los corredores, tenían fuerzas aún.

En carreras de fondo llega un momento en que los bríos se aplacan, se miden, y entonces se piensa en terminar. Lo importante, dijo un corredor a mi lado, es terminar. Mi idea para lograrlo era sencilla: no dejarme llevar por el impulso del grupo que siempre va rápido; adoptar un paso continuo, definido hasta el final. A la altura de los 5K logré hacerme al paso de un corredor que ¿me alcanzó?, no sé decirlo. Ni rápido ni lento, quizá más lo segundo, su idea era reservar fuerzas, llegar al final. Me propuse correr su carrera; copié su paso, me volví él. Poco a poco, como diría Borges, se convirtió en mi otro yo. No me importó si los corredores nos pasaban o nosotros los desbordábamos, nuestro paso, el de él, era sostenido. Tuve tiempo de observarlo, es un corredor riguroso, mantiene el ritmo, el movimiento de los brazos, del cuerpo, me pareció que no sudaba; va tranquilo como si correr fuera “pan comido”; en los puestos de hidratación no se precipitó sobre las bolsas con agua, incluso dejó pasar varios sin acercarse y cuando lo hizo apenas se humedeció los labios. El hombre, en cierto momento logré ver su número: 6607, corría nuestra carrera.

A la altura de los 14K sucedió lo inesperado. En el túnel de la Avenida Oriental lo perdí de vista. ¿La oscuridad?, ¿mi fatiga?, ¿su paso inquebrantable, el mío ya no tanto? Y para completar, vestidos con camisetas iguales, color naranja, imposible distinguirlo. Lo perdí. Perdí mi álter ego y no me quedó otra solución que inventarme un paso mío, más lento, sin ritmo. Para encontrarlo recordé que Haruki Murakami, corredor de fondo y escritor de novelas, dice que correr la maratón y escribir novelas exigen el mismo esfuerzo. Recordé “Maratonia”, la ciudad de los corredores, que Marco Polo no narró al Gran Khan y no aparece en “Las ciudades invisibles” de Ítalo Calvino. Recordé “Correr” la historia de Emil Zátopek el checo volador. Llegar a 18K requiere concentración, falta mucho y poco, si se tiene en cuenta el tramo recorrido. Perdí varias veces el paso y seguramente una buena porción de tiempo. Cerca de 20K el ritmo volvió como si el otro, perdido en el camino, me hubiera prestado su paso. Al final, dos horas quince minutos, casi dieciséis, en la meta de los 21K. Hecho.

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Ahora, mientras escribo esta nota, me digo que ni el tiempo, ni perder el paso, ni traspapelar mi álter ego –lo volveré a encontrar–, me harán renunciar a una próxima maratón. Correr es una nota.

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