Celebrar a Eliot

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¡Pero salud también por Eliot el optimista! El poeta, divorciado de su primera esposa en 1932, se volvió a casar en 1957 a los 68 años

/ José Gabriel Baena

El pasado sábado 17 había leído por la mañana un vasto ensayo de Robert Crawford publicado en The Guardian de Londres sobre el literato T.S. Eliot y, motivado por la lectura, había desempolvado por la tarde el librito de los Cuatro cuartetos. Avanzando con júbilo iba cuando empezó a caer la primera lluviecita del año, justo cuando leía –cito en prosa– “A veces me pregunto si es eso lo que quiso decir Khrisna, o sólo otro modo de decir lo mismo: que el futuro es una canción descolorida, una Rosa Regia, o una vara nostálgica de espliego por quienes no están aún aquí para sentir nostalgia, entre las hojas amarillas prensadas de un libro nunca abierto. Y el camino que sube es también el que baja, y el camino hacia adelante es también el que retrocede…”.

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A Thomas Stearn Eliot le dedican este año enormes exposiciones documentales a ambos lado del Atlántico Norte, ciclos de conferencias, ediciones, críticas. Por estos cálidos trópicos, ni mú

Conmovido por los símbolos, saqué el librito por entre las celosías y bañé esa página con las lágrimas del cielo para celebrar al autor a mi manera. Y así unirme a la gran fiesta que en el mundo anglosajón le han preparado desde el pasado 4 de enero, cuando se conmemoraron los 50 años de su muerte, y durante todo 2015, ya que se cumplen también los 100 de su Canción de amor de J. Alfred Prufrock, un poema extenso y muy extraño considerado como el que inauguró el modernismo literario en verso en la lengua inglesa. Norteamericano, nacido en 1888, británico de adopción desde muy joven, filósofo, banquero, editor, crítico literario, historiador cultural, dramaturgo, en fin, poeta, autor, en este último género, de ese otro monumento que es La tierra baldía. A Thomas Stearn Eliot le dedican este año enormes exposiciones documentales a ambos lado del Atlántico Norte, ciclos de conferencias, ediciones, críticas. Por estos cálidos trópicos, ni mú: nada extraño, considerando la altísima filosofía de orígenes griegos que nutre sus obras principales y que los latinos no soportamos, ni aunque haya escrito obras festivas como El libro de los gatos prácticos del viejo Possum, de cuyos poemas creó Lloyd Weber el musical “Cats”, ese que seguramente han visto mis lectoras viajeras en Nueva York. Yo prefiero al Eliot profundo de los Cuartetos, obra impregnada de principio a fin por el misterio del tiempo sin principio ni fin, por su no–existencia, por la inmovilidad de lo siempre cambiante, por aquello tan enigmático de que el viajero que parte por ejemplo de la estación Aguacatala no es el mismo que llega a la de El Poblado dos minutos después (aunque ingenuamente lo crea), de la inutilidad del edificar y la cortedad de la vida y de ésta como puro teatro (“Todas las casas yacen bajo el mar/ los que bailaban duermen ahora bajo el cerro”), de que el ser es lo mismo que el no–ser –con todo lo cual abate sin misericordia al irascible y ya ilegible Heidegger: “Al caer la noche dice una voz/ en cables y antenas (aunque no para el oído),/ caracola susurrante del tiempo,/ ni en lengua alguna): Adelante, vosotros/ que creéis viajar: no sóis quienes el puerto/ vió alejarse, ni los que han de desembarcar./ Aquí, entre ésta y aquella orilla, mientras está/ el tiempo ausente, considerad el porvenir/ y el pasado, con una mente igual”… ¡Bueno! “El fruto de la estación pasada/ ha sido comido y ya el ahíto/ animal cocea el cubo vacío. Al año/ pasado pertenecen las palabras del año/ pasado y las del próximo su nueva/ voz esperan”. ¡Pero salud también por Eliot el optimista! El poeta, divorciado de su primera esposa en 1932, se volvió a casar en 1957 a los 68 años y duró otros siete, tan feliz como lo muestra una hermosa foto en su luna de miel en la Playa del Amor, New Providence, Bahamas.
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