Cada cual lee lo que se merece

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Las recomendaciones son una secuela del nepotismo. Y a mí, el nepotismo en sus múltiples versiones, sibilinas o campechanas, me inflama el colon
/ Esteban Carlos Mejía

Hay frases que dañan la salud del colon, esa porción de intestino que, en mi caso, funciona más como prolongación de la mente que como extractor o regulador de la digestión. “Tienes que llenar este formulario” es una de las peores, explosiva y traicionera como pocas. O “Esteban Carlos, te busca la DIAN”: hospitalización inmediata en el centro de urgencias más cercano. Y otra, lobo con piel de oveja: “¿Me recomiendas un libro, por favor?” ¡Cólico miserere! Aunque exagero, claro.

Recomendar un libro es faena ingrata. Casi nunca acierto. Una vez, por ejemplo, le recomendé La feria de las vanidades, de William M. Thackeray, a una exnumeraria o exsupernumeraria del Opus Dei. Horror de horrores. “En la Obra me aconsejaban leer ese bodrio para dormir en paz”, me replicó ácidamente. En otra ocasión aconsejé La canción del verdugo, de Norman Mailer, a un fulano que acababa de pasar doce años en un curso intensivo de inglés en Coleman, una prisión federal en Florida.

Me opongo a hacerle palanca a los libros. Cada cual lee lo que se merece. Las recomendaciones son una secuela del nepotismo. Y a mí, el nepotismo en sus múltiples versiones, sibilinas o campechanas, me inflama el colon.

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* Día tras día. ¿Y la efeméride de esta semana? El 24 de julio de 1991, a los 89 años de edad, murió en Surfside, Estados Unidos, el escritor polaco Isaac Bashevis Singer, Premio Nobel de Literatura en 1978. Escribió toda su obra, copiosa y ancestral, en yiddish. Según Miss Google, el yiddish es una lengua germánica con cerca de 3 millones de hablantes, principalmente judíos askenazis, en Estados Unidos, Israel, Rusia, Ucrania y otros países. La palabra yiddish, asegura también la cavilosa Señorita Google, parece ser una versión abreviada de yidish–taytsh, que significa ‘alemán judío’, ni más ni menos, para escarnio de tanto nazi y neonazi que conspira por ahí. Bashevis Singer escribía en yiddish porque le parecía “la lengua con más palabras para definir a un pobre.”

Todavía recuerdo las sombras y el brillo sensual de su novela El mago de Lublin (1960), con las desventuras del ilusionista Yasha Mazur, que malbarata el deseo entre cuatro mujeres: su esposa Esther, su ayudante Magda, su amante Zeftel (esposa de un ladrón) y Emilia, una viuda católica por la que se desvive o… desmorona. Lección ejemplar.

* * Body copy. “Y luego el murmullo que sube de pronto, como un mar de fondo que viene de lejos, de los confines de la ciudad y quizás de las cuatro esquinas del inmenso país, y que se convierte en un solo grito, espantoso, gutural, el grito de miles de gargantas que parecen tomar conciencia de la irreversibilidad de la muerte cuando la hoguera prende súbitamente en una explosión de llamas y en pocos minutos envuelve el sudario en un abrazo fatal. Rahul da unos pasos hacia atrás. Sonia se tambalea. Su hija le pasa el brazo por encima de los hombros y la sostiene hasta que recobra fuerzas. A través del muro de llamas, los tres asisten al espectáculo antiguo y tremendo de ver cómo la persona que más quieren se consume y se convierte en cenizas. Es como otra muerte, lenta, penetrante, para que los vivos siempre recuerden que nadie escapa a lo inevitable del destino.”

Javier Moro. El sari rojo. 2008.
* * * Vademécum. ¿Nepotismo? “Desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las concesiones o empleos públicos”. ¿Sibilino? “Misterioso, oscuro con apariencia de importante”. ¿Escarnio? “Burla tenaz que se hace con el propósito de afrentar”.

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