Bladimir Fernández hace amigos con puños y patadas

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Bladimir Fernández 12 veces campeón mundial, forja con disciplina a niños y a jóvenes. Es dócil y carismático en la cotidianidad

La primera patada que dio Bladimir fue en el vientre. Para la última, todavía no tiene fecha. Como de pronto se encuentra encima del tatami maniobrando con los nunchaku, escuchando Depeche Mode, a los pocos minutos puede ir en su carro cantando música romántica. Así es la vida de extremos de este hombre próximo a cumplir 45 años y que a punta de puños y patadas ha creado una imagen disciplinada y amigable.

¿Con puños y patadas? Sí. Bladimir Fernández ha puesto su nombre en lo más alto de las artes marciales en el mundo. Desde que inició su recorrido por estos deportes cuando tenía 6 años, hasta el día de hoy, su vida la ha destinado a la competencia en taewkondo, hapkido y king boxing. En su historial carga 12 títulos mundiales en varias modalidades, la mayoría en manejo de armas, de la cual es un experto indestronable, y con la que ha recorrido buena parte del mundo con el nombre de Colombia en su pecho.

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De su maestro y mentor Cristian Muñoz lo recuerda todo. Hasta la fecha es consejero y hombre que lo orienta con sabiduría. Bladimir recuerda sus inicios en una pequeña academia que funcionaba en el centro de Medellín en la década de los 70. Sus padres, admiradores de Bruce Lee, el artemarcialista estadounidense, pero de origen chino, marcaron los primeros pasos del joven que crecía bajo la influencia de las películas del afamado actor.

En la escuela no aplicó una llave ni respondió un empujón y mucho menos noqueó a los inquietos compañeros que lo provocaban para que desatara su furia. En el Agustiano San Nicolás de Aranjuez aplicó la primera regla que le enseñaron: no pelear en el colegio. “Tal vez la advertencia la hacía para que aprendiera a controlarme y otra para evitar una lesión a otro niño. Casi que me tocaba dejarme cascar”, comenta entre risas Bladimir.

Hace 12 años, este hombre de 1,59 metros de estatura y tatuajes por todo su cuerpo, está vinculado al Club Campestre de Medellín. Allí, entre sacos de boxeo, guantes, tatami (superficie sobre la que se desarrollan las artes marciales), bastones y otros elementos pasa el día instruyendo a más de 90 niños, jóvenes y adultos que quieren aprender sobre estas artes. Pocos alumnos se entrenan para la competencia y toman la educación física como un complemento de sus vidas.

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“Estos deportes sirven para que la gente esté en más tranquilidad. Acá vienen y desahogan todas esas energías que tienen adentro por una Medellín agitada. El estrés se contrasta con meditación. Yo he aprendido a convivir con la sociedad y mejorar mi relaciones con los demás por la disciplina que me obliga”, describe el profe.

Cuatro golpes certeros con Bladimir
Educación casi militar: Desde el saludo hasta una simple amarrada de cinturón se exige como una muestra de respeto en las clases de Bladimir. Se piden los favores, se saluda y se despide y las órdenes las dan lo superiores. Nada de caprichos ni condescendencias ni alcahueterías. Los padres de familia apoyan esta filosofía y la acompañan de manera cercana.

La familia: Se crió en el barrio Santa Cruz de la comuna nororiental. Tiene dos hermanas, un hermano que siguió sus pasos como instructor en las artes marciales y 2 sobrinas. Así mismo, tiene una hija llamada Shara de 23 años y quien es su mano derecha en las competencias que enfrenta a nivel nacional e internacional.

Amigos: Cuando sale de su casa “fácilmente puedo tocar el pito del carro 30 veces”. Soy muy amiguero y la gente del barrio me quiere mucho. Salgo a todo tipo de concierto, rumbeo y disfruto de la vida. Quizá eso que no hizo cuando estaba joven por la concentración para las competencias es lo que lo impulsa a hacerlo hoy en día. Disfruta el cine y el teatro.

La anécdota: Corría el 2006 y tras una competencia de taekwondo en Brasil fue invitado a una pelea de MMA (Artes Marciales Mixtas) otra de las disciplinas que conoce. 30 segundos después de haber iniciado la pelea, ya Bladimir estaba tirado sobre la lona y noqueado y con un brazo lesionado. “Me dejé llevar por la emoción y pensé que mi agilidad me beneficiaría, pero no fue así”, dice. La misma persona que le ocasionó este doblegamiento se convirtió en su gran amigo y lo recibió en su casa tras la pelea.

Por José Fernando Serna Osorio

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