Bendito el sueño sea

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  Por: José Gabriel Baena  
 
Existe entre los humanos una frase, tal vez del Sabio Maestro Eckhart, que dice que en las almas angustiadas, en los espíritus eternamente insomnes donde no reina ya ninguna esperanza ante las miserias del mundo, “siempre son las tres de la mañana”; quizá, pienso, se refiere esa expresión antigua a la inmensa oscuridad de esa hora cuando la mayoría de los hombres duermen poseídos por las fatigas inmensas de sus trabajos cotidianos o narcotizados en los hospitales. “Es la hora cuando el alma empieza a cantar” dicen los monjes benedictinos cuando se levantan para preparar las alabanzas gregorianas de su primera misa del día en sus alejados monasterios campesinos, pero en la ciudad el ciudadano insomne y solitario, despierto por sus anhelos a esa hora en que sólo se oyen a lo lejos, de cuando en cuando, sirenas de ambulancias o de la policía, difícil es que se acuerden de que el Señor Don Dios, por medio de sus ángeles, siempre está velando por esos hijos que algún día de su lejana infancia le brindaban canciones candorosas y hoy sólo se levantan a pasearse desesperados en sus apartamentos, clamando por un amanecer que tampoco les traerá ningún consuelo. “¡Otra vez, Dios mío, en este pobre cuerpo! ¿Cuándo me llevarás?”
Pero han sido justamente las lecturas que hago en las simas o abismos de la altísima noche donde he encontrado en los libros de los grandes buscadores místicos el camino, la voluntad y la esperanza para no arrojarme a la tentación de la nada. De esos buceadores en la mar de las almas, San Juan de la Cruz, Santa Teresa, de los escritos sobre la belleza del amor a Dios y la Belleza que escribían los Padres del Desierto, de San Francisco y sus Florecillas, abiertas al azar las páginas de sus obras, no hay noche en que no destellen poderosas sus frases sobre la esperanza de que me ayuden a sobrellevar la noche hasta que el alba de los nuevos días empieza a elevarse sobre las montañas de Santa Elena, nuestra ciudad paradigma de los más grandes horrores y a la vez posible cuna de grandes almas que siento están elevándose.
Abro en el santo Kempis, “Imitación de Cristo”: “Ponte a paciencia más que a consolación, y a llevar más que a tener alegría… ¿Qué hombre del mundo no tomaría de muy buena gana la consolación y alegría espiritual, si siempre la pudiera tener? Porque las consolaciones espirituales exceden a todos los placeres mas no puede ninguno usar de continuo de estas consolaciones divinas, porque el tiempo de la tentación pocas veces cesa… Pues no es santo todo lo alto, ni todo lo dulce bueno, ni todo deseo puro, ni todo lo que amamos agradable a Dios. De grado acepto yo la gracia que me haga más humilde y temeroso y me disponga más a renunciarme a mí. Conviene al que ama abrazar de buena voluntad por el Amado todo lo duro y amargo, y no apartarse de él por cosa contraria que acaezca”.
Después de las largas noches en vela, hacia las cinco de la mañana el enorme árbol que llega hasta el cuarto piso de mi edificio y más arriba, empieza a llenarse de madrugadores pájaros cantores, de juguetonas ardillas, de lagartijas prudentes y veloces, llueva o truene, y entonces sus cánticos y travesuras de rama en rama me vuelven a la realidad de esta vida de trabajo y noticias del planeta por la tele digital. Este árbol estaba aquí cuando llegué hace 25 años, y todavía sigue creciendo hacia alturas increíbles, buscando más ligeros aires y cielos. El árbol, señor Don Dios, lo he acogido como la metáfora de esta vida mía, y hemos padecido juntos veranos africanos e inviernos antárticos, tormentas inenarrables. Los vecinos neuróticos de la urbanización han amenazado con hacerlo derribar “porque ya está muy viejo y cuarteando la acera, vea usted”, pero yo les digo que es función del árbol no sólo demostrar la debilidad del vil cemento sino también su trabajo divino bañarnos con sus hojas y flores y sus sombras cambiantes cada día. Espero partir algún día abrasado entre el fuego de su follaje y abrazado a él en cadenas de amor, y sean sus hojas mi última vestidura y sus ramas mi envoltura de viajero cósmico hacia los universos futuros.

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