Arte para (re)teñir con inocencia el dolor

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La obra de Gabriel Mesa Nicholls es un retrato del dolor, una catarsis y, a la vez, una invocación de la inocencia

Por: Pedro Correa Ochoa

Ni del médico ni del patólogo ni del gerente. No. Esta es la historia del artista.

Salsa, la perra que hace apenas tres meses adoptaron en casa, parece conocerlo de años. Bate la cola mientras camina por el antejardín, rumbo a su encuentro. Él se acuclilla y la acaricia con un gesto cómplice, como si volviera a ser el niño de 11 años que pintó la secuencia de carros que cuelga en la sala. “Mirá, es que yo pensaba que la vida era así”, dirá luego —en un estudio atiborrado de cuadros, libros, óleos… cosas de artistas—, mientras señala las hojas amarillentas de su cuaderno de primaria, en el que se ve el dibujo original de los carros tricolores.

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Amarillo, azul y rojo. Los colores, representativos de Colombia, están presentes en varias de las obras que cuelgan por toda la casa y que el año pasado estuvieron expuestas, por primera vez, en el Centro de Artes de la Universidad Eafit. El asunto, advierte el artista —que también médico, patólogo y gerente de la EPS Sura—, es que lo que plasma hoy en sus cuadros, nada tiene que ver con lo que el pequeño Gabriel pensaba, era la vida.

La inocencia de las crayolas son ahora dolientes trazos rojos que hablan de las víctimas del paramilitarismo; trazos amarillos que delatan cómo la minería castiga el medio ambiente; o trazos azules que pintan un cielo azul para los niños asesinados en Caquetá, Machuca, Bojayá o una escuela en Estados Unidos.

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Juliana dice “sí”. Que Gabriel Mesa Nicholls, su papá, está “un po-qui-to loco. Pero eso es bacano”, advierte mientras guiña un ojo antes de salir del estudio. Allí Gabriel conserva el caballete que recién casado le regaló Claudia, su esposa. A los 16 años abandonó su sueño de artista para convertirse en médico y fue hasta los 32 que ese regalo lo involucró de nuevo con el arte.

Sin embargo, en su destino pictórico, el mismo niño que reaparece cuando saluda con nobleza a su perra, reaparece para inspirar su obra. Lo ha dicho él: “Desde los trazos incipientes con lápices de colores de mi niñez hasta la obra más reciente, encuentro un sabor agridulce que surge de la vida imaginada por el niño con la vida vivida en el mundo real”. Y para ese sabor agridulce, él mismo se ha recetado arte.

En el libro con el que la Eafit presentó su colección Yo pensaba que la vida era así, la crítica Sol Astrid Giraldo señala que las formas que Gabriel “extrae de la cultura popular, la publicidad, los periódicos, el arte, pueden leerse desde la estrategia del apropicianismo”.

Y aunque algunos ven en su producción rasgos de la obra de su maestra Ethel Gilmour, Gabriel dice que su escuela es la libertad, un activo que le otorgó el dedicarse al arte de manera aficionada, sin corrientes ni academias que lo amarraran. “Una vez fui con mi esposa donde Ethel. Cuando vio los cuadros que le llevé le dijo a Claudia: ¡pobrecita, sí estás casada con un artista!”, cuenta Gabriel, remedando el ‘spanglish’ de Gilmour.

El estudio es su guarida en las madrugadas, porque tiene la disciplina de dormir por fases: sueño de nueve a una; arte de una a cuatro; y sueño de cuatro a seis, para luego volver a la corbata y las reuniones.

Mientras conversamos, escudriña proyectos acabados y otros en marcha: aquí las botas de los falsos positivos, en el rincón otro cuadro de la dolorosa serie Niños, y sobre la mesa un proyecto inspirado en la no fácil tarea de gerenciar una EPS, eslabón clave del complejo sistema de salud colombiano. “Allí —escribió Gustavo Morales Cobo, exsuperintendente de Salud—, también el arte de Gabriel aporta claves, rutas, caminos, para aliviar el dolor…”.

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—Precisamente su obra se nutre de los dolores de la guerra ¿Cómo ve una posible paz?, pregunto.

“Es un proceso que va a requerir mucha capacidad de perdón, que pienso que es justamente recuperar la inocencia. Porque he llegado a una conclusión: uno nace inocente y a medida que vive, la inocencia se pierde y se va convirtiendo en dolor. El trabajo de uno es no dejar que eso ocurra”.

Gabriel Mesa Nicholls arte 9

Por eso él dibuja, sobrepone recortes de periódicos y dedica madrugadas a clavar 50 mil alfileres sobre un lienzo rojo. Gabriel, tiñe y retiñe, porque aunque la realidad se le oponga, su arte, en el fondo, desvela la esperanza de ese niño que pensaba que la vida era así: menos dolorosa y más justa.

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