Arte e incertidumbre

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Los artistas, en medio de la crisis, intentan comprender desde una perspectiva de símbolo, de imaginación y de sensibilidad, lo que nos pasa. En medio del pesimismo, el arte abre puertas y ventanas para que podamos volver a respirar

Por / Carlos Arturo Fernández U.

Tendemos a creer que el arte es un reflejo de la sociedad y que, por tanto, los momentos de mayor esplendor artístico, tales como la época de Pericles en la Atenas del siglo 5 antes de Cristo, el Renacimiento florentino del siglo 15, o el mundo de los mayas, debieron corresponder a épocas igualmente magníficas, de un orden y equilibrio social claros; ello permitiría entender que aquellos miembros de la comunidad que son los artistas, se dedicaron tranquilamente a crear belleza y perfección estética, al margen de condiciones adversas.

Jesús Abad Colorado, Bellavista, Chocó, 2002

Tal vez el caso más impactante, en sentido contrario, sea el del Renacimiento. Cuando en la segunda mitad del siglo 19, el alemán Jacob Burckhardt publicó su obra clásica, La cultura del Renacimiento en Italia, dedicó una amplia primera parte a la consideración de El estado como obra de arte. La lectura de Burckhardt es apasionante, no solo por lo que enseña acerca de la historia del arte sino, sobre todo, por la aproximación que ofrece a los abismos de la maldad, la corrupción, el despotismo, la traición, las masacres y la guerra de unas sociedades que parecen vivir en la esquizofrenia total. Resulta casi imposible entender que, al mismo tiempo, se crearan obras de tal perfección, belleza y equilibrio que se convirtieron en modelos indiscutibles a lo largo de los siguientes 500 años.

Miguel Ángel, quien muchas veces ha sido considerado el más grande de los artistas de la historia (aunque hacer esas clasificaciones sea muy discutible), vivió toda su vida y produjo toda su obra en medio de catástrofes casi inimaginables. La belleza de la Piedad se crea en momentos en los cuales se viven ya los primeros capítulos de las llamadas Guerras de Italia que se suceden continuamente entre 1494 y 1559, una verdadera guerra mundial que enfrenta a las mayores potencias de la época y que se pelea fundamentalmente en la península italiana.

Ethel Gilmour, de la serie La Señora, 1989

La vida de Miguel Ángel transcurre en la inseguridad más absoluta. El David celebra el triunfo de Florencia en guerra contra Francia. La bóveda de la Capilla Sixtina corresponde al momento de las batallas del papa Julio II contra casi todo el mundo. Vendrán luego las guerras con Carlos V que llevan al saqueo de Roma en 1527 en el cual, según la tradición, el Moisés se salvó de ser destruido por los soldados imperiales, de manera casi milagrosa. Ya para entonces Miguel Ángel seguía con especial angustia los debates teológicos de la Reforma, con posiciones que se verán plasmadas en el Juicio final de la Sixtina. En síntesis, una crisis constante, que continuará con las guerras de religión y la Contrarreforma, hasta la muerte del artista: ciertamente no es a partir de la ausencia de confrontación de donde surgen esas grandes obras de arte.

Es que, por lo menos en ese sentido, la producción artística no se limita a ser un reflejo de la sociedad en la que se produce. Muchas veces las obras de arte más extraordinarias se han creado en medio de los mayores conflictos políticos y sociales e incluso de guerras y luchas extremas, porque, seguramente, el arte es una manera de reflexionar acerca de lo que nos sucede y de hacer cuentas con las posibilidades de supervivencia de la condición humana. Según cada época, habría que decir que no son bellas, equilibradas, perfectas, estéticas o conceptuales como un producto natural, sino que son el resultado de una lucha tenaz contra la adversidad, la injusticia y la degradación de las relaciones humanas.

Doris Salcedo, Plegaria muda, 2008-2010

Cuando en 1886 se materializó el programa de la Regeneración de Núñez y Caro con una nueva constitución, se planteó simultáneamente la creación de la Escuela Nacional de Bellas Artes para promover la creación artística; se afirmaba que el arte era la mejor manifestación de la paz y del progreso de los pueblos como, según se decía, ocurría en las naciones más desarrolladas. Ese proyecto artístico, que miraba a las academias extranjeras sin ver lo que sucedía ante los propios ojos, fue fundamental, pero durante muchos años hizo muy difícil el despliegue de un arte encarnado en la realidad colombiana.

Juan Manuel Echavarría, Réquiem N.N., 2006-2015

Y cuando en la segunda mitad del siglo 20 las jóvenes generaciones se lanzaron decididas a mirar la crisis extraordinariamente compleja que parece constituir la esencia nacional, comprendieron que el arte no es un espejo de esa realidad sino una grieta profunda en la que se ramifican las posibilidades de interpretación. La historia del arte colombiano del último medio siglo parece recordar las palabras del narrador de Los funerales de la Mamá Grande, de Gabriel García Márquez: “[…] es la hora de recostar un taburete a la puerta de la calle y empezar a contar desde el principio los pormenores de esta conmoción nacional, antes de que tengan tiempo de llegar los historiadores”.

Juan Fernando Herrán, Héroes Mil, 2015

Por supuesto, es indispensable que lleguen los historiadores. Pero antes están los artistas, en medio de la crisis, intentando comprender desde una perspectiva de símbolo, de imaginación y de sensibilidad, lo que nos pasa. En medio del pesimismo, como el que tuvo que sentir Miguel Ángel a lo largo de toda su vida, el arte abre puertas y ventanas para que podamos volver a respirar.

Hacer listas es siempre malo. Pero pienso en estos días inciertos en artistas como Beatriz González, Doris Salcedo, Óscar Muñoz, Juan Fernando Herrán, Jesús Abad Colorado, Juan Manuel Echavarría y Ethel Gilmour. Podrían ser muchos más. Pero al pensar en ellos tengo la seguridad de que, en esta coyuntura histórica, conversar con sus obras nos ayudaría a entendernos como sociedad.

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