Andrea y el yoga, la cura al estrés de nuestros días

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Andrea Chehebar es una paisa pionera en esta filosofía hindú. Rompió paradigmas y acercó la práctica a la gente del común 
 
Por José Fernando Serna Osorio
 

Va descalza. El ambiente es de total sosiego y como evitando romper el silencio, avanza entre espacios hablando pausado y en tono suave. En tres paredes blancas y dos ventanas de un gran salón rebotan sus palabras que van y vienen impartiendo tranquilidad. El sitio es fresco. Sus dirigidos en el piso escuchan como si se tratara de una orden irrefutable, ellos con obediencia la siguen.

Las 10:20 de la mañana marcan el reloj. Andrea no pierde su compostura mientras se mueve por los grandes espacios que componen 108 Yoga, el resultado de un terapia a un problema personal, que finalmente terminó siendo el sueño que cambió su vida y las de otras personas.

“Respiramos profundo y vamos a cerrar nuestras emociones”, dice esa voz clara y firme, mientras en el fondo la música conduce los movimientos de los cuerpos de manera armónica en diferentes posturas.

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Lo de yogui no le ha quitado la capacidad de relacionarse con el mundo exterior a Andrea Chehebar. Ese espacio que creó hace seis años ha sido el motor de una carrera exitosa como instructora y empresaria en el mundo del yoga. Sus aprendizajes en Estados Unidos, hace 10 años, y la formación en la India, cuna de esta milenaria práctica, le han servido como carta de presentación.

Hace seis años está instalada en inmediaciones de la iglesia de La Visitación, que indirectamente se convirtió en una afrenta a los escépticos que conceptuaban esta filosofía y práctica como algo esotérico. “No mencionamos nada de religión o que se tienen que creer ciertas cosas para hacer yoga o ser vegetariano. Cada persona se conecta con su interior por medio del yoga con su creencia, si es con Buda, Jesucristo u otro. Es un símbolo y un medio”, explica.

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En su aula hay 12 personas. Son algunas de un gran puñado que día a día asiste a este espacio en el que además de buscar una paz interior o una terapia contra el estrés, llega para exigir su cuerpo con una intensiva práctica física. ¿Yoga, una practica física?

“Sí. El yoga se compone de varias ramas, una de ellas es el hatha yoga en el que intervienen posturas corporales exigentes. A su vez, de este tipo se desprenden otras como el Power Yoga, Ashtanga Yoga y Hot Yoga, ejercicios de alta intensidad que ayudan a desintoxicar la mente y el cuerpo, a adelgazar y a tonificar”, dice Andrea.

De esta filosofía con más de 5.000 años de práctica poco se sabía en Medellín una década atrás. Solo algunos espacios para la meditación, liderados por hare krishnas, eran los disponibles para este ejercicio. Andrea, su experiencia personal y las ganas de volver a Colombia, abrieron un espacio para acercar la cultura hindú a los paisas de una manera sencilla.

Desde niños de 3 años, pasando por adolescentes, adultos y personas de la tercera edad confluyen en 108 Yoga. “En estas épocas de estrés esta práctica es la posibilidad de desconectarse, alcanzar armonía y llegar a la esencia de lo que somos. Nos ayuda a ser conscientes de todo a nuestro alrededor y finalmente eso se reflejará en nuestras actuaciones”, acota la Yogui que hoy cuenta con un amplio personal administrativo y de instrucción en su establecimiento.

El silencio
Hace 10 años Andrea llevaba una vida normal en Estados Unidos. Gran parte la había pasado en Miami, donde estudió Arte y Publicidad. Allí se dedicaba a ejercer su profesión de manera aplicada.

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Azares de la vida la llevaron a un punto crítico de su vida personal y optó por buscar refugio en el yoga de una manera desprevenida. Luego que la calamidad fue mejorando se dejó atrapar por la práctica y finalmente su felicidad se convirtió en trasmitir su experiencia recogida en Asia y en Estados Unidos con este estilo de vida.

Hoy tiene dos hijos y es casada. Esta mujer de 34 años siente que encontró su espacio en el mundo. El silencio, no como un elemento físico es su mejor aliado. “El silencio de la mente es ser consciente de los pensamientos y observarlos con desapego, aprender a ser un testigo sin juzgarlos. Un silencio absoluto es muy difícil, pero es poder controlar las emociones para que no lo afecten a uno”, cuenta.

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