Ad Astra, hacia lo más lejano, en búsqueda de lo más interno

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Hace dos semanas vimos en las pantallas el estreno de una nueva cinta con temática espacial. Estas películas, que han comenzado a ser frecuentes en los últimos años, casi resultado de un nuevo envión en el interés por el universo desde el cine, han discurrido casi por dos rutas disímiles: la reflexión profunda sobre lo humano, por un lado, y el espectáculo visual y digital que permiten las nuevas tecnologías, por el otro. En este caso, el director James Gray vira por el primer camino, entregando una historia con enfoque en la narración profunda del ser humano.

Si bien es cierto que Ad Astra es una película de un ritmo cansino en casi su totalidad, resultaría contraproducente dar foco a la crítica de ella desde este aspecto, centrándose en su lentitud más que en su elaboración, la cual incluso hace uso efectivo de esa pausa misma. Quizá esta entrega de Gray no sea un prodigio en la oferta de nuevas miradas y formas de hacer sobre este tipo de cine (tan explorado hasta ahora), no obstante, no adolece de experticia y prolijidad en su composición.

Es también cierto que esta velocidad taimada del film funciona como recurso preciso para la definición certera de su personaje principal (un Brad Pitt un poco contenido en su interpretación), sustento absoluto del argumento. Esta es, por qué no decirlo, una virtud más que un error, pues se logra dar forma absoluta a un protagonista bien constituido, que lleva todo el peso de la historia en él mismo. Aquí, claro, la mención obvia: si Pitt es el eje de la película, los hechos con los que se da tránsito a la historia tendrán menos imperio en términos narrativos. Sin embargo, no quiere lo anterior decir que sean meros anexos o momentos sin importancia.

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Ahora bien, quizá muchos de los espectadores que han resultado con una percepción
que tiende a lo negativo de Ad Astra hayan esperado una cinta de explosión visual
prometedora, por lo que no habrá sido grato por completo encontrarse con una
película que indaga más por lo interno que por lo externo, pese a llevarnos casi hasta el
último recodo de esta galaxia nuestra. Y es que este es quizá el gran logro y objetivo de
una película que se narra desde el vacío del universo mismo: hablar sobre nosotros, sobre
nuestra vacuidad y ubicación en la nada, de las preguntas que no nos llenan, pero también
de las posibilidades de aceptación desde el entendimiento particular.

No, Ad Astra no es un filme de acción, de exploración intergaláctica o de aventuras
espaciales formidables (de hecho, flojea en los momentos en los que ofrece situaciones de
ese carácter), sino una búsqueda constante a los más interno del ser mismo; es una suerte
de empresa por la inmersión para el desenganche de ataduras propias. Aceptando que no
es (ni pretende serlo) la gran obra de los tiempos, no se puede negar que es una propuesta interesante que demuestra que este cine aún tiene mucho para ofrecer cuando se pregunta por el ser humano en su contexto, incluso cuando este es simplemente él mismo.

Por Juan Pablo Pineda Arteaga

 

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