40 años de la fundación Casa Museo Pedro Nel Gómez

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Además de sus obras, Pedro Nel Gómez le entregó generosamente a la ciudad su propia casa, sus archivos, sus libros, sus cartas, sus recortes de prensa, sus muebles y hasta su cama. No es retórico decir que nos dejó todo lo que tenía
/ Carlos Arturo Fernández U.

El arte en Medellín se vio enriquecido a lo largo de las décadas finales del siglo 20 por una serie de grandes donaciones de algunos de los principales artistas de la historia nacional, y no sólo antioqueños.

Estos hechos le confieren a Medellín una condición especial dentro del contexto nacional e incluso en el ámbito latinoamericano. Así, como se sabe, el Museo de Arte Moderno recoge gran parte de la obra de Débora Arango, donada por ella misma en los años 80, lo mismo que una parte sustancial del trabajo de Hernando Tejada, cedida por su familia en la década pasada. Todos conocemos la trascendencia de las sucesivas donaciones de Fernando Botero al Museo de Antioquia y a la ciudad, que se han escalonado desde mediados de los 70 hasta nuestros días. Capítulo aparte corresponde a la colección de fotografías de la Biblioteca Pública Piloto. Quizá menos conocidas son las donaciones de la familia de Eduardo Ramírez Villamizar a la Universidad de Antioquia y de los herederos de Javier

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Restrepo a Eafit.
Pero entre todas las donaciones a la ciudadanía de Medellín, la de Pedro Nel Gómez merece una atención especial.
Y no solamente porque se celebren ahora los 40 años de su entrega sino, sobre todo, por la totalidad que la caracteriza, por el significado de la obra del artista en el arte colombiano y por el impacto de la actividad de la Fundación Casa Museo en la ciudad.

En primer lugar, algunas veces se ha hecho notar que Pedro Nel Gómez donó a los habitantes de Medellín todo lo que tenía. Por una parte, nos legó su obra casi completa, atesorada a lo largo de toda su vida, exceptuando, como es lógico, los murales y esculturas destinados a espacios o edificios públicos. Pero en la colección de la Casa Museo que él dejó a la ciudad se encuentran muchas de sus pinturas al óleo y a la acuarela, además de sus estudios preparatorios y bocetos, los cartones de los frescos, las ideas y realizaciones en escultura, los proyectos arquitectónicos y urbanísticos, sus cuadernos de apuntes y de bocetos desde los orígenes mismos de su actividad artística como estudiante de arte hasta el final de su vida, sin contar los abundantes murales desarrollados para su casa. La decisión de conservar la mayor cantidad posible de sus obras, pensando en un futuro museo abierto, fue una decisión muy temprana en la cual le acompañó siempre su esposa Giuliana Scalaberni; ello permitió que Medellín cuente hoy con una de las colecciones más amplias de un único artista que se pueda imaginar. Por supuesto, la conservación de tal cantidad de obras también tuvo consecuencias menos positivas: más allá de los límites regionales y hasta cierto punto de los nacionales, la obra de Pedro Nel Gómez no ha tenido la divulgación que merece ni goza de una presencia significativa en museos y colecciones de otros países, ni siquiera a nivel latinoamericano.

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Pero, además de sus obras, Pedro Nel Gómez le entregó generosamente a la ciudad su propia casa, sus archivos, sus libros, sus cartas, sus recortes de prensa, sus muebles y hasta su cama. En fin, no es retórico decir que nos dejó todo lo que tenía.

En segundo lugar, es necesario reflexionar sobre la trascendencia del artista. Nunca se insistirá suficientemente en la estrecha vinculación de Pedro Nel Gómez con la cultura nacional y regional, pero no sólo entendida en la dimensión intelectual del artista como manifestación de la “alta cultura” sino especialmente a partir del conocimiento del mundo del trabajo con el cual se compromete desde la producción artística. Y ese compromiso lo llevó a romper con los esquemas tradicionales y abrir las puertas del arte colombiano a manifestaciones expresivas que buscaban generar un impacto cultural y social. Durante muchos años se repitieron las críticas contra Pedro Nel Gómez porque no se aceptaba que sus figuras fueran deformes y feas, que el artista irrespetara las estructuras anatómicas o inventara técnicas nuevas, sin entender que, justamente por este tipo de cosas, tanto él como sus discípulos participaban entre 1930 y 1950 en una ruptura generacional que abría el país a las corrientes de la modernidad. Y no sólo en el arte.

Finalmente, no podríamos terminar sin reconocer la intensa dinámica que en los últimos años ha logrado desarrollar la Casa Museo como espacio museístico y centro cultural de primera importancia, con proyectos que van más allá del barrio que la acoge.

Seguramente la celebración de los 40 años de la Fundación Casa Museo Pedro Nel Gómez es una oportunidad propicia para que la ciudad y el Departamento asuman con plena conciencia la significación de este rico patrimonio cultural.
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