“Sin título, de la serie Mutantes”

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“Sin título, de la serie Mutantes”
La realidad concreta se aparta de la neutralidad de las formas teóricas y Carlos Rojas comprende muy bien que esa clase de fórmulas no logra dar cuenta de la profundidad de la experiencia

La obra “Sin título – de la serie Mutantes”, de Carlos Rojas (Facatativá, 1933 – Bogotá, 1997) se ubica en el contexto de las complejas relaciones entre racionalidad y sensibilidad que caracterizan la cultura del siglo 20.
Así, por ejemplo, frente a movimientos artísticos como el cubismo, el constructivismo o la arquitectura del Movimiento Moderno, de fondo racionalista, se desarrollan el dadaísmo, el surrealismo o la pintura de acción e informal, para rechazar la razón y exaltar el inconsciente, el azar y la experiencia vital. Con frecuencia, ambas vertientes se concibieron como irreconciliables, no sólo al interior de las artes sino también en las relaciones entre ciencia y vida, conciencia e inconsciencia, filosofía y arte. Los “Mutantes” de Carlos Rojas plantean la imposibilidad de sostener esas contraposiciones maniqueas.
“Sin título – de la serie Mutantes” es una construcción en madera, guadua, láminas metálicas oxidadas y laca, de 130 centímetros de lado, realizada por Carlos Rojas en 1990; como su nombre lo indica, se trata de un conjunto de trabajos de los cuales se conservan dos en la colección del MAMM.
Es evidente que la obra revela un afán de organización y de lógica. En efecto, como decidió desde mediados de los años sesenta, Carlos Rojas elimina las curvas y limita su construcción al uso de líneas rectas que no son naturales ni orgánicas. El artista divide la superficie en tres sectores horizontales diferenciados por el tipo de material y limitados, al menos parcialmente, por listones y tejidos; el central, formado por una pieza única de madera, tiene aproximadamente la mitad de la anchura de los otros dos, los cuales, a su vez, están divididos verticalmente en tres partes iguales. A partir de la descripción anterior, uno podría imaginar que la obra es una estructura absolutamente formal y neutra, de total racionalidad, casi como si fuera la aplicación de una fórmula matemática, abstracta y permanente.
Sin embargo, la realidad concreta se aparta de la neutralidad de las formas teóricas y Carlos Rojas comprende muy bien que esa clase de fórmulas no logra dar cuenta de la profundidad de la experiencia. Entonces, las láminas de metal oxidado se traslapan sobre la madera central rompiendo la geometría en una especie de paisaje de montañas, mientras las guaduas de la zona superior se separan, lo que introduce la estructura misma del bastidor e incluso la pared como elementos de la obra.
“Soy consciente de lo demasiado humano e imperfecto que es todo, y por eso también acepto cada cosa como lo que es”, decía Carlos Rojas. Y, en consecuencia, la racionalidad que bebe de las fuentes del cubismo y del constructivismo, movimientos que admira, se ve intervenida y transformada por el deterioro que es resultado del tiempo, de la vida, del uso.
Carlos Rojas es reconocido como uno de los más trascendentales artistas colombianos del siglo 20; y esa trascendencia hace que su significación permanezca viva y palpitante, para recordarnos que el imperio de la racionalidad es una forma vacía que tienen que ser vivificada por la experiencia y la sensibilidad.

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