Rocío Vélez de Piedrahita, la vida comprometida

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Si todo lo que escribimos, así sea entre las paredes de nuestra casa o a los niños, cónyuges, padres, en una tertulia o con amigos, tiene importancia porque ayuda a enfrentar con patriotismo y responsabilidad lo que estamos viviendo, la voz del que escribe puede contribuir o no a echar más leña al fuego
Rocío Vélez de Piedrahita
Por Claudia Ivonne Giraldo G.

Rocío Vélez de Piedrahíta ofreció una charla en el auditorio de Comfama del centro, que tituló: Escribir, un acto de responsabilidad social. Recuerdo que en esa oportunidad me llamó la atención que alguien aún hablara sobre la literatura comprometida con tanta claridad. Se trataba entonces de un concepto en desuso y que consideraba revaluado hasta que Rocío Vélez, doña Rocío, supo abrirlo y actualizarlo en esa ocasión, no tan lejana.

Entendí su reconocimiento de sentirse comprometida con la excelencia en la tarea de escribir, y diría, con la excelencia en el vivir. Es debido a esa exigencia de excelencia que se ha impuesto en su vida y en su obra que nos ha dejado hasta ahora el legado de una obra consistente y por qué no, un tanto desconocida en el panorama de la literatura actual en Colombia.

Sus muchas, divertidas, punzantes, sesudas columnas en los periódicos El Espectador y El Colombiano, algunas recogidas en las publicaciones Entre nos I y II; sus diez novelas, sus libros de crítica literaria e históricos; su entrañable y fundamental Guía de la Literatura Infantil, sus trabajos para niños, su obra toda, da fe de las consignas que expuso en aquella conferencia como fundamentales en el oficio de la escritura:

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En primer lugar elige la claridad: “… que se entienda exactamente lo que quiero decir; para esto trabajo muy duro, corrijo mucho, y aún así, he tenido grandes sorpresas, porque donde yo claramente creía que decía blanco hay quien entienda rojo…”.
En segundo lugar destaca la sinceridad que aúna a la imparcialidad: “… en una novela hay que tratar de ser imparcial, de presentar lo más objetivamente que se pueda nuestro parecer para que resulte convincente y demostrarlo, y no olvidar que es diferente la verdad femenina de la masculina, la de un joven, la de un viejo, la de un forastero”.

Y, en tercer lugar, Rocío elige la autenticidad: ella cree en no copiar, en que no es necesario porque, dice, “… tenemos muchas realidades que no son ni exóticas ni mágicas y no por eso menos apasionantes ni dignas de novelarse”. Estas tres cualidades que para Rocío Vélez debe tener todo escritor, resumen no solamente lo que podría llamarse su “ars poética”, sino lo que con seguridad cada escritor se plantea como su ethos, ese deber ser, que en principio es un querer ser. Por tanto, pertenece a ese tipo de artistas para los que su vida y su obra no pueden desligarse, lo que entiende como responsabilidad social, pues es su vida la que ratifica que con su disciplina, con su carácter de expresiones claras, contundentes, pero cercanas, con su manera de hablar sin afectaciones intelectuales, su compromiso crítico con la realidad del país, su manera de caminar por el mundo tan suyo solo, tan de ella, esa “individua”, como diría el maestro Fernando González, ha construido una obra de valía de la literatura antioqueña y colombiana.

Rocío escribió sobre mujeres a las que han afrentado; esas tías solas, esas mujeres valientes que también libraron su gesta contra los insectos y las penalidades en tierras duras al lado de sus maridos; esas que aún habitan y recorren, expatriadas del amor y de su tierra, las ciudades y los campos de Colombia. Para todas las mujeres, la obra de Rocío Vélez de Piedrahíta constituye un testimonio y una reivindicación valiente y que lo es más porque cuando empezó a escribir este país y el continente aún no estaban preparados para escuchar la voz de las escritoras de narrativa, una voz que sonaba nueva, diferente, puesto que era la voz de todas las que habían estado hasta el momento en silencio o silenciadas.

Sin alardes, Rocío establece una línea matrilineal en esta Antioquia dominada por las voces masculinas, para que la otra visión del mundo, la de las mujeres, la de los diferentes, la de los segregados, pueda contar también con claridad y con hondura, sus verdades distintas. Una línea matrilineal que también la hace a ella heredera de Sofía Ospina de Navarro, Isabel Carrasquilla, Magda Moreno, María Cano, Enriqueta Angulo y Blanca Isaza de Jaramillo, esa generación de mujeres que escribieron sobre esta Medellín, sobre esta Antioquia de principios del siglo pasado.

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