Persistencia del Mal

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Con todo el Mal y la cantidad de espíritus malignos que comparten el planeta con “los buenos” (supongamos que pertenecemos a este último bando, que mejor podría llamarse el de los “idiotas sin remedio” o “tontos de capirote”), no deja de golpearlo a uno la pregunta de por qué tantos afamados y honorables directores o productores de cine, y actores de talla, insisten en realizar películas donde la presencia de la Malignidad es tan abrumadora, y presentada a la vez con tanta benevolencia, una paradoja, que las pocas esperanzas que acumula el resignado cristiano durante el día, un trabajito honrado, una recompensa mínima, unas ganas de llegar a la cama a ver una cinta que relaje, son abatidas implacablemente por esa clase de filmes perversos, como si quisieran decirte, “no se te olvide, muchacho, que en el mundo estamos, y que es malo, muuuuuuuuuy malo…”. Sin hablar, para qué, de las noticias al servicio de las innombrables.

Hace poco vimos por el cable dos de esas producciones bajadoras, “Seven”, de David Fincher (1995), y “15 minutos” de John Herzfeld (2001), cuál de las dos más descarnada, literalmente. “Seven” presenta la historia de un sicópata religioso que escoge como víctimas a quienes él considera culpables de los siete pecados capitales, y de manera sistemática y meticulosa los va “eliminando” valiéndose de las más brutales técnicas de tortura. La cámara se regodea en la visión de las víctimas y en centenares de fotografías que el asesino les toma como registro de su actividad justiciera encargada desde Lo Alto. Los esforzados detectives acumulan algunas pistas que finalmente no les sirven de nada porque el asesino se entrega… para jugarles la última y terrible carta.En “15 minutos”, asistimos a la enfermiza carrera de otros dos sociópatas emigrados de Europa del Este que, acabaditos de llegar a New York, se dan cuenta de que mientras más atroces sean los crímenes que se cometen en EU mayores recompensas mediáticas reciben los criminales.

La ecuación es:Asesino “demente” comete crímenes en serie. Asesino demente es capturado y recluído en hospital mental. Abogado de asesino demente demuestra que no es un demente y que por lo tanto debe ser liberado, y no puede ser juzgado por segunda vez. Asesino escribe o le escriben su historia, se la filman y se vuelve multimillonario y honorable. En “15 minutos” el plato está servido, porque uno de los sujetos comete sus crímenes mientras el otro lo registra en vídeo y luego envían la cinta a la tele, donde un presentador sin escrúpulos, en nombre de “los derechos del periodismo”,emite el acto supremo del verdugo: la ejecución del detective que lo estaba buscando. Total: Asesino famoso con su director famoso. Y, lo peor, en ambas películas, cuando se da la posibilidad de que la policía liquide limpiamente a esas alimañas, aparece por supuesto el dilema de “por qué manchar su carrera” para los agentes. Los malos terminan ganando, de todas maneras. Cualquier crítico de aldea podría decir que “es notable de todos modos la magnífica actuación de quien hace de asesino ruso, un auténtico Nosferatu, cuyo placer ante cada crimen y su malvada risita ponen los pelos de punta”.

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Preguntará el lector, con razón, por qué entonces veo hasta el fin estos filmes execrables: Diré: por puros motivos profesionales, y por la curiosidad de saber si algún día algún director logra siquiera acercarse a la soberana majestad artística con que Stanley Kubrick maneja el tema de la ultra-violencia física y psicológica en “La Naranja Mecánica”, a los acordes de Beethoven y otros clásicos. La película es tan soberbia y sobrecogedora que el propio Kubrick la rechazó después por sus posibles nefastas influencias sobre la juventud británica. Recordemos otra cinta de Kubrick donde el Mal se pasea sutilmente y se adentra en la vida de un médico neoyorkino: “Eyes wide shut” (Ojos abiertamente cerrados), con la impresionante secuencia de la reunión de iniciados orgiásticos en una mansión en las afueras. Para quitarse el sombrero, maestros.

Hago esta reflexión subjetiva sobre la presencia del Mal, en afectuosa evocación de un amigo a quien en tierras lejanas y muy peligrosas para el espíritu acaba de lloverle sobre su vida delicada y su corazón de artista la ducha de acero de una justicia tenebrosa. Desde estas montañas que él tanto ha pintado en sus cuadros con pincel amoroso, le dedicamos la canción grabada por Eric Clapton en 1969 con uno de los mejores grupos de rock de la historia, “Blind Faith” -Fe Ciega-, donde el guitarrista nos abre el cerebro con punteo de cirujano en la canción “Presence of the Lord”: “He encontrado finalmente una manera de vivir, como nunca podría haberlo hecho antes. Sé que no tengo mucho qué dar, pero puedo abrir cualquier puerta. Todos saben el secreto, todos saben el resultado: he encontrado finalmente un modo de vivir en presencia del Señor”. Que la luz nos acompañe en los misteriosos caminos…

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