Pedro Villalba: Cien años al aguafuerte

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Pedro Villalba: Cien años al aguafuerte
Hoy, con la venia subliminal de Pedro y el espacio que me brinda Vivir en El Poblado, me atrevo a dar a luz una de esas valiosas pruebas (Remedios la Bella a la luz de la luna)

/ José Gabriel Baena

A principios de 2003 el artista bogotano Pedro Villalba Ospina realizó en la Biblioteca Piloto una enorme y deslumbrante exposición de 120 grabados en la técnica de aguafuerte sobre los Cien años de soledad de GGM. Como coordinador cultural de la biblioteca en esa época lejana doy fe de que durante 44 días, 4 horas y 44 minutos ofreció el generoso artista incontables visitas guiadas para niños y jóvenes estudiantes estupefactos, adultos que llegaron descreídos y salieron conversos al arte del escritor costeño pero mucho más a la maravilla de los dibujos minuciosos y ácidas tintas chinas de Pedro, y gentes de edad innombrable que salieron pletóricas de una felicidad ultraterrena por haber sido testigos de la muestra. Largas conversaciones sostuve por entonces con el amable artista, alguna de las cuales publicó la Revista de la UN en ese año y que se puede consultar en la página bosqueprimario.com. Los 120 grabados al aguafuerte fueron la culminación de seis años de trabajo, día tras día, de Pedro encapsulado en su taller de soledades sólo atado al mundo por el amor de su musa, y desde entonces el conjunto de la obra ha viajado triunfante por Amnésica Latina y allende el mar. Al terminar la exposición el artista me dejó en comodato ad-infinitum dos de las “prova dell´artista” de los grabados –las que se realizan para apreciar no tanto errores sino para depurar los efectos finales- y con devoción las he guardado durante once años y once meses y once días en el fondo secreto de mi baúl de escribidor, hasta que el suceso del Jueves Santo me llevó a sacarlas de su injusta oscuridad. Hoy, con la venia subliminal de Pedro y el espacio que me brinda Vivir en El Poblado, me atrevo a dar a luz una de esas valiosas pruebas (Remedios la Bella a la luz de la luna) y un fragmento de una de nuestras cartas cruzadas, donde el maestro me explicaba el camino de sus alumbramientos deslumbrantes:

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… “Cien años de soledad al aguafuerte” es la conclusión de un estado interior que no debía ni quería tampoco esquivar. No tuve que realizar esfuerzos para estar parado en el entorno macondiano. Con los primeros renglones de La siesta del martes, cuando estaba saliendo de la infancia me instalé allí. Ha sido más bien mi mano, que no nació aprendida, la que ha tenido que hacer un largo recorrido desde las primeras planas de palitos y bolitas en la escuela, hasta la paciente disciplina de dibujar al revés y en negativo sobre una plancha de cobre. Ese largo recorrido por el territorio de las tradiciones dibujísticas, le dio a la mano un cuerpo consistente para no marearse ante los vértigos de la imaginación. Así pudo dibujar con honradez el movimiento de una hoja de almendro en el paisaje como también el preciso sendero de un hilo de sangre que retorna a la entraña de su origen. (…) Entre grabado y grabado le hice retratos a mi mujer, y no lo hice a la manera renacentista sino a la manera sencilla de la mano de un hombre que así como posa los dedos sobre las palabras de un libro, para traducirlas al dibujo, así mismo palpa la piel para saber cómo se hace un cuerpo. Entre la vegetación que dibujé en los grabados hay trozos de ella, ya en una rama extendida cuyas hojas hacen metáfora de sus dientes cuando sonríe, ya en la voluptuosa forma de las frondas semejantes a su desnudez, como cuando tantas noches, de pie y desnuda en el umbral del taller, me sacaba del sonido del buril sobre las planchas metálicas para decir: “Pedro, ven a descansar”…
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