Mi desconfianza a nuestro almuerzo ejecutivo

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Recuerdo muy bien que llegar al Club de Ejecutivos, al Unión, al Campestre, o a restaurantes como Los Tambos, Piamonte, Salvatore, La Bella Época (un cuarteto de grandes ya desaparecidos) era asegurarse un buen almuerzo, tanto en calidad como en servicio y precio. Los primeros practicaban con frecuencia un mostrador con diferentes alternativas; en cuanto a los segundos, ofrecían en sus cartas un menú cuyas características conquistaba al eventual comensal ejecutivo.

Sin animo de polémica, creo no estar equivocada si asevero que hoy en día aquello que se ofrece como “almuerzo ejecutivo” ha caído en una categoría cuya calidad, que no su precio, es bastante cuestionable. La verdad es que en aras de un supuesto precio módico y una sazón más o menos aceptable, actualmente Raimundo y todo el mundo ofrecen almuerzo ejecutivo, llegándose a convertir esta propuesta casi siempre en un almuerzo de “pipiripao”.

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Quede claro que no estoy argumentando que todos los almuerzos ejecutivos están “perrateados”: reconozco que existen lugares que los ofrecen diariamente y lo hacen muy bien; pero la gran mayoría sucumbe en la mediocridad de su sazón, su variedad y su presentación. Mejor dicho, en lo que a mí respecta, me acerco con gran desconfianza a aquellos lugares que con pendones y gran cartel anuncian esta modalidad de almuerzo.

En más de una ocasión he manifestado que soy ajena, por no decir que impermeable, a las estrategias de mercadeo; sin embargo, me voy a atrever a opinar, pues aquello que comenzó con una filosofía y unas características incuestionables se convirtió en todo lo contrario. A mi modo de ver, un almuerzo ejecutivo (léase menú) para la idiosincrasia del ejecutivo antioqueño debe cumplir con los siguientes requisitos: rápido, barato y bueno. Estas características las endilgo a la exigencia de nuestra idiosincrasia ejecutiva, pues en otras latitudes el asunto es bastante diferente. Es un hecho, mientras que en otras partes del mundo los ejecutivos disfrutan de la buena mesa, es decir, de las gabelas de su tarjeta empresarial y conocen las bondades que otorga un negocio a manteles, en nuestro medio está casi suprimida la posibilidad de un menú completo, razón por la cual el comensal antioqueño inicia con el plato fuerte y de una remata con postre y café. Raro es ver una mesa de ejecutivos antioqueños disfrutando de aperitivos, pidiendo entrada fría y luego entrada caliente; saboreando un plato fuerte de consistencia; solicitando variedad de vinos y de quesos; deleitándose con generosa porción de postre y finalizando con coñac y café.

Quienes en esta ciudad conocen el mundo del restaurante, en calidad de propietarios, entenderán muy bien lo que estoy comentando. Insisto: por almuerzo ejecutivo en el Medellín de hoy se entiende una propuesta muy apoyada en la trilogía afán, cantidad y economía, impuesta por la particular manera que tiene el comensal paisa de asumir su golpe meridiano.. Por lo tanto no es culpa de los dueños de restaurantes, quienes por vender más han caído en la trampa de esta contradictoria demanda lejana y ajena a los placeres de la buena mesa.


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