Medellín, (cof, cof) ¿cómo vamos?

 
Por: Juan Carlos Franco
 
 
Es muy popular la historia del borracho aquel que, entrada la noche, pierde las llaves de su auto, afuera en el estacionamiento. Pero sólo las busca debajo de la lámpara porque es el único espacio donde puede ver algo. Si no están ahí, de todas maneras él sigue buscando y buscando pero sin salirse del pequeño espacio iluminado. ¿Posibilidad de encontrarlas? Casi cero.
Un comportamiento casi igual al que tenemos en Medellín respecto a la contaminación ambiental, en especial la generada por vehículos. Por más que se demuestra que los buses, busetas, camiones, y volquetas contaminan más que los automóviles, las autoridades de nuestra ciudad insisten en poner normas y normitas para limitar el uso de estos últimos esperando que nuestra espantosa polución se reduzca. ¿Posibilidad de disminuir sustancialmente el veneno nuestro de todos los días? Casi cero.
Obviamente, es bastante más cómodo para la administración de una ciudad hacerle exigencias a los dueños de automóviles particulares: Son más mansos y colaboradores, no están agremiados ni contratan abogados para su defensa, pagan los impuestos sin chistar, casi todos tienen sus vehículos bien asegurados, etc. Y eso que estos pequeños usan un combustible muchísimo menos sucio que el odioso ACPM de los grandes. Y eso que la mayoría se desplazan muy pocos kilómetros en el día. Y eso que portan certificado de gases…
Y aún teniendo en cuenta que –evidentemente– nuestro ACPM por sí solo es terrible y vergonzoso, de todos modos hay un porcentaje significativo de buses, busetas, camiones y volquetas cuyo mantenimiento tiene que ser pobrísimo pues las columnas de humos negros y grises que emiten son claramente visibles a cualquier hora del día. Y en particular los buses, por estar constantemente deteniéndose y arrancando durante todo el día, resultan ser los más funestos. Y oh coincidencia… ¡los menos controlados!
Hay mediciones recientes que demuestran que Medellín es una de las más contaminadas de América Latina. Cualquiera pensaría que una ciudad metida en un valle tan cerrado como el del Aburrá fuera mucho más exigente que todas las demás en controlar sus emisiones, pero en la práctica es de las más despreocupadas. Como si la salud pública fuera un asunto menor. Seguramente si aquí se aplicaran los criterios de ciudades como Santiago o México serían muchos los días en que los niños no deberían ir a estudiar y muchos vehículos (aquellos sin la tecnología apropiada) no podrían circular.
Pensaría uno que si una fracción pequeña del numeroso personal que hoy se dedica a detener y multar a los “malvados” evasores del pico y placa fuera asignada a controlar ambientalmente a estos vehículos grandes (hace décadas inventaron medidores portátiles de emisiones), poco a poco podríamos reducir el efecto de esta calamidad. Al detectar a un vehículo de estos vomitando gases tóxicos, esos sí realmente malvados, ¿por qué no usar los famosos “comparendos pedagógicos” no sólo con el conductor sino con el dueño o el gerente de la empresa transportadora? Además, claro está, de exigir la reparación urgente del vehículo agresor.
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Por último… ¿ya fue a conocer el nuevo y enorme hueco que nos instalaron en la Loma de los Balsos, a escasos 10 metros arriba de la Superior? No es un hueco por desgaste del asfalto sino que fue cortado como un rectángulo perfecto, justo en la mitad del carril. Con medidas de 70 x 50 x 15 cm es de los más profundos de que se tenga memoria en esta zona de Medellín, se lo garantizo. ¿O será que es otra ingeniosa medida, complementaria de los resonadores, para “reducir” la velocidad de los vehículos que circulan por esa loma?

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