Leer por azar

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¿Hay algún vínculo oculto o explícito entre Adoum, Bibliowicz y Faulkner? Todavía no lo sé. Pero algún día lo sabré. Porque creo, a pies juntillas, en la sabiduría de Roa Bastos: “Existe el azar porque existe el olvido”
/ Esteban Carlos Mejía

Aún hoy no se me olvida una frase inmarcesible de Yo, el Supremo que leí hace años: “Existe el azar porque existe el olvido”. Es decir, ¿percibimos lo aleatorio sólo porque no recordamos su existencia? Tal parece. O, al menos, así pasa con los libros que leo. Llegan a mí por pura casualidad. No los busco: los encuentro. Mejor incluso, ellos me encuentran en una inexplicable cadena de coincidencias. Por ejemplo, voy a Ulibro en Bucaramanga y allí me topo con una nueva edición de Entre Marx y una mujer desnuda, de Jorge Enrique Adoum, novela que marcó mi juventud y concretó mis ansias de escribir. La compro, desde luego. Y al volver al hotel me presentan a Azriel Bibliowicz, uno de mis columnistas preferidos y mejor leídos cuando yo ni fantaseaba con escribir en periódicos. Me regala su novela Migas de pan, la historia de Josué, un sobreviviente de los campos de exterminio nazis que años después es secuestrado en Colombia. Estoy en esas y entonces alguien me ofrece Intruso en el polvo, novelaza del nunca bien ponderado William Faulkner. Los tres libros palpitan ahora en mi escritorio. ¿Hay algún vínculo oculto o explícito entre Adoum, Bibliowicz y Faulkner? Todavía no lo sé. Pero algún día lo sabré. Porque creo, a pies juntillas, en la sabiduría de Roa Bastos: “Existe el azar porque existe el olvido”.

* Día tras día. ¿Y la efeméride literaria de esta semana? El 15 de octubre de 1844 nació en Röcken, cerca a Leipzig, Alemania, Friedrich Wilhelm Nietzche, uno de los tres “maestros de la sospecha”, junto a Karl Marx y Sigmund Freud.

Nietzche no dejó títere con cabeza. Fustigó al cristianismo, a la moral burguesa, a la ética protestante, a la frivolidad, a la sociedad entera. No fue negativista, como algunos creen. Basta ojear La gaya ciencia o Así hablaba Zaratustra para sentir un ventarrón de alegría y de optimismo.

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* * Body copy. “Porque muy distinta es la muerte de un combatiente cuando se produce por causa de los azares del combate, pero otra muy otra cuando tiene origen en ese empecinamiento suicida del que suelen hacer gala los guerreros cuando su osadía obedece a la ceguera. Ese día vi hijos que, heridos sobre el campo, pedían auxilio a sus padres sin que estos pudiesen atenderlos por tener que marchar contra los parapetos para aportar su cuota de sacrificio. Vi ancianos que en lugar de quedarse en casa enseñando a vivir a sus nietos avanzaban armados apenas con un garrote.

[…] La mortandad era tan elevada y las acciones se sucedían con tal violencia que los vivos no tenían tiempo de retirar del campo a muertos y heridos, viéndose obligados a avanzar pisando sus cuerpos. Especulaba yo con que faltaba apenas un poco más de desbarajuste para que por comparación Palonegro pasara a convertirse en una simple escaramuza, cuando se desató un aguacero de padre y señor mío. Acompañada por truenos y relámpagos, la espesa lluvia emparamó todo en cuestión de segundos contribuyendo de esa forma a incrementar en los combatientes la sensación apocalíptica de pesadumbre”.

Rafael Baena. La guerra perdida del indio Lorenzo (Alfaguara, septiembre 2015)
* * * Vademécum. ¿Inmarcesible? “Que no se puede marchitar”. ¿Ponderar? “Elogiar, alabar”. ¿A pies juntillas? “Sin discusión”. ¿Gaya ciencia? “Arte de la poesía”.
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