La libertad os hará verdaderos… lectores

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A mi abuela, mamá Julia, el cura confesor de San Jerónimo de los Cedros le prohibía, bajo pena de condenarse a la gehena, que leyera María, de Jorge Isaacs por ser un libro judío, masón y hediondo
/ Esteban Carlos Mejía

No hay cánones ni reglas para los lectores de ficción. Ante el libro elegido, cada uno hace lo que quiere. Lo lee o lo relee, lo abraza o lo escupe, lo corrige o lo subraya. Nada ni nadie puede interferir en esta relación carnal. Pocas veces hacemos caso de recomendaciones o sugerencias. Sospechamos hasta de críticos y reseñistas. Por placer, leemos lo que nos da la puerca y reverenda gana. Como dice Hans Magnus Enzensberger: “El lector tiene siempre la razón y nadie le puede arrebatar la libertad de hacer de un texto el uso que quiera”.

Es una concepción posmoderna de la lectura. O, mejor aún, postposmoderna. A mi abuela, mamá Julia, el cura confesor de San Jerónimo de los Cedros le prohibía, bajo pena de condenarse a la gehena, que leyera María, de Jorge Isaacs por ser un libro judío, masón y hediondo. A mi madrecita, Judith Elena, el marido, mi papá Gabriel, le escondía los libros de masonería. A mí, Estebandido, ni Amazon ni la revista Arcadia me dictan lo que debo o no debo leer: confío en mi inspiración. Mi hija, Laura Conga, lee el primer capítulo de una novela y solo entonces decide si la sigue leyendo. ¡Es la libertad!

Una libertad extravagante, sin recovecos, descocada. ¿Perniciosa? Enzensberger aventura una respuesta: “Forma parte de esta libertad hojear el libro por cualquier parte, saltarse pasajes completos, leer las frases al revés, alterarlas, reelaborarlas, continuar entrelazándolas y mejorándolas con todas las posibles asociaciones, recavar del texto conclusiones que el texto ignora, enfadarse y alegrarse con él, olvidarlo, plagiarlo, y, en un momento dado, tirar el libro a cualquier rincón”. Una libertad (casi) total, feliz y dichosa.

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* Día tras día. ¿Y la efeméride literaria de esta semana? El 3 de julio de 1883, en Praga, antiguo Imperio Austrohúngaro, nacía un atormentado bebé al que sus padres bautizaron como Franz, Franz Kafka, profeta de muchos, terror de otros. ¿Quién no recuerda las primeras palabras de La metamorfosis, tal vez su obra más popular? “Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al alzar la cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el cual casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación al grosor normal de sus piernas, se agitaban sin concierto”. Un inicio majestuoso para un final aún más admirable. ¡Feliz cumpleaños, querido Franz! Alles Gute zum Geburtstag, lieber Franz.

* * Body copy. “-La ciudad está cambiando, no volverá a ser como antes –dijo Marlowe–. Antes era una mierda.
-¿Ahora será mejor? –preguntó Soriano.

-No dije eso. Dije que antes era una mierda. Los ricos se vinieron para acá y construyeron palacios en los valles, alrededor de Hollywood. Para ellos era como vivir un sueño. No había negros aquí”.
Osvaldo Soriano. Triste, solitario y final. 1980.

* * * Vademécum. ¿Gehena? Del latín tardío gehenna, y este del hebreo ge hinnom’ valle de H.’, topónimo maldito a causa de los ritos paganos; cf. siriaco gihanna: infierno, lugar de castigo eterno. ¿Recoveco? Artificio o rodeo simulado de que alguien se vale para conseguir un fin. ¿Pernicioso? Gravemente dañoso y perjudicial.

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