Hay que darle la talla al proceso de La Habana

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Son del ámbito de cada ciudadano creer o, al contrario, sospechar del buen final de la negociación entre el Gobierno y las Farc. Lo que no tiene sentido es generar y alentar, por fuera de La Habana, discusiones intolerantes
Agresiones de palabra, intercambios de cantos de tabla y rupturas fueron otros de los desenlaces tras la firma del acuerdo en La Habana entre el Gobierno y las Farc, con cuadriláteros montados en redes sociales, charlas, no tan amables, de café o encuentros de amigos y de familiares.

Sin duda, un día histórico para el país, bien sea porque el proceso termine tal cual quedó escrito en la declaración conjunta o, al contrario, que derive en engaño, frustración y más violencia, el país no será el mismo desde el 23 de junio de 2016.

Y construir otro país se convierte, al mismo tiempo, en un reto para los ciudadanos, tanto para los que apoyaron y le creen al proceso, los que le ven reparos a puntos de la negociación y los que tienen desaparecida su confianza plena desde tiempos del Caguán.

Ningún ciudadano se sintió consultado en la negociación. No podía ser diferente. Lo mismo ocurre en procesos tributarios, de soberanía, de desarrollo de infraestructura. En La Habana fuimos representados. Y esa vocería estos cuatro años a su vez la lideró un Gobierno que el ciudadano eligió con su voto, con su decisión por otros candidatos, con su sufragio en blanco o con haberse quedado en casa.

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La firma del acuerdo ya está estampada, aún más se convirtió en una negociación de ámbito internacional, a tal punto que la Organización de Naciones Unidas hizo de testigo y hará de verificador.

Al ciudadano, por su parte, le corresponden tareas de diversa complejidad. Una es la participación en el Plebiscito por la paz, que la Corte Constitucional empezó a debatir el 29 de junio, y en la que al final habrá que ver cuántos de nuevo optan por quedarse en casa y cuántos eligen a consciencia.

Otro rol clave suyo debe ser el de sostener debates con altura y bajo información sólida y seria, protegida del dañino llevar y traer. Al proceso de negociación mal servicio le han prestado la difamación, la exageración, la suposición y el ocultamiento. Documentarse para apoyar o para hacer oposición, desde la razón y no desde el fanatismo, es un deber de todos.

Por último, el ciudadano debe hacer también sus ejercicios de expresión de paz. En casa, en el trabajo, en la escena pública, con disciplina, cumplimiento, tolerancia, veeduría.

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La diferencia entre guerra y paz no se agota en una negociación con las Farc. Pero en manos del ciudadano está no agregar problemas, por más íntimo que parezca su círculo.

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