Encuentros con los maestros

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Encuentros con los maestros
En la vereda El Tablazo, de Rionegro, Humberto Pérez hace este ejercicio desde sus inicios

Conversación con 
Gustav Klimt
Conversación con
Rafael de Urbino
Conversación con 
Toshio Arimoto
Conversación con 
Toulouse Lautrec

Por Saúl Álvarez Lara
Piero della Francesca, Diego Velásquez, Toshio Arimoto, Toulouse Lautrec, Gustav Klimt, Andrew Wyeth, Rafael de Urbino, todos han pasado por el estudio en el entrepiso de la casa de puertas azules, paisaje frondoso y cientos de pájaros tornasolados, aves migratorias -dicen-, que se acercan según la temporada a horas precisas del día en busca de comida o de un sitio en el Yarumo para pasar la noche. Todos han pasado por la puerta del estudio y han dejado constancia en las pinturas y dibujos de Humberto Pérez o en alguna de las frases escritas en papel amarillo o blanco y pegadas en las paredes hasta no dejar ni un solo espacio libre. El lugar parece un taller de artista, con cuadros por todas partes, caballetes, mesas con pinceles, lápices, cajas de todos los tamaños con material de pintor, una cabeza en yeso de Donatello que ha servido de modelo y una biblioteca hasta el tope con libros de arte, literatura y filosofía Zen. Sin embargo, el lugar no es lo que parece, en realidad es la tramoya del Teatro Leve*, es el lugar donde se construyen las obras, donde se hacen los cambios de decorado, se crean los personajes, el espacio donde los maestros han tenido su momento para intervenir. La obra de Humberto Pérez es como una obra de teatro, una obra en permanente ejecución.
Humberto Pérez –“en alusión a Ignacio de Loyola”**– hace “Ejercicios Espirituales” con los maestros que pasan por su taller en libros y reproducciones. Conversa con ellos, los interroga, dialoga con su obra. Es un ejercicio que practica desde sus inicios, desde las épocas de estudiante de ilustración, dice, y tomó fuerza hace algunos años cuando encontró en casa de un amigo un libro sobre Toshio Arimoto, un artista japonés contemporáneo (1946-1985) quien, a su manera, copiaba los frescos del Giotto, las obras de Piero della Francesca, de Rafael y de otros grandes artistas del Renacimiento. Eso es lo que yo hago, pensó Humberto, pidió el libro prestado, volvió a su estudio y con una aplicación a prueba del tiempo, se dedicó a copiar a Toshio Arimoto y a profundizar en la relación que había entablado desde tiempo atrás con la pintura del Renacimiento. A partir de esos años los encuentros se hicieron más intensos, ya no se trató solo de copiar una pose, una figura, se trató también de ver dónde, en el espacio de la hoja, en una obra de Velásquez por ejemplo, debía ir una figura y por qué. Esa suerte de intimidad llevó a Humberto Pérez a calificar aquellas conversaciones como “Ejercicios Espirituales”.
Toda su obra al óleo, al carboncillo, a lápiz, sobre papel o sobre madera, abstracta o figurativa, es el resultado de aquellos encuentros, de aquellas conversaciones intensas con los artistas que ilustraron alegorías religiosas o profanas y a través de ellas narraron historias, crearon personajes y situaciones, y en muchos casos insinuaron el suspenso o el desenlace. Para Humberto Pérez en pleno siglo 21, como para los ilustradores en el “Quattrocento”, cada obra es una representación donde se desenvuelve una historia. Es una narración que, por supuesto, varía según el espectador.

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 En la medida en que los encuentros se hicieron más precisos, en ocasiones todo el “ejercicio” se concentró en la razón de una textura, de un trazo, en el lugar un brillo, en la posición de una mano, la conversación fluía por terrenos cada vez más inesperados. A la vez que el lenguaje tomaba cuerpo y se enriquecía, el paso de lo representado en los “ejercicios” se reflejó en las obras de Humberto; los gestos, las poses, las miradas o los pliegues de los vestidos, las nubes de colores o con borrasca, se convirtieron en parte fundamental de la obra. Los “ejercicios” trascendieron la conversación y llegaron al escenario que, beneficiado por el contenido de las historias, se convirtió en representación, se convirtió en el Teatro Leve, un lugar sin asidero en el espacio, donde las conversaciones no cesan, los personajes se deslizan sobre el escenario, en ocasiones vuelan, no parecen hablar y, como los actores de teatro, tienen todo para decir pero no lo dicen porque su papel es no decirlo.
La tramoya del Teatro Leve, como los lugares fantásticos, tiene un punto de anclaje en el estudio de Humberto Pérez. Allí se puede uno cruzar con maestros y personajes, verlos pasar entre cuadro y cuadro o, si es preciso, buscarlos en los arrumes de libretas y papeles, donde los “ejercicios” esperan los tres llamados del teatro para entrar en escena.
* El Teatro Leve. Coedición Vivir en El Poblado. Editorial Universidad de Antioquia. 2002.
** Prácticas, bocetos y maquetas para un Teatro Leve. Fondo Editorial Universidad Eafit. 2006.

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