El problema de la espiritualidad

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Un texto del padre Hernando Uribe Carvajal
El problema de la espiritualidad
Así se titula el artículo que este presbítero escribió para el libro “Protocolos de la SAI sobre el futuro de Antioquia”, publicado en noviembre pasado como parte de la celebración de los 100 años de esa institución

Hoy parece premonitorio el artículo El problema de la espiritualidad, escrito en agosto de 2013 por el padre Hernando Uribe, por solicitud de la Sociedad Antioqueña de Arquitectos e Ingenieros (SAI), en ese entonces en cabeza de Álvaro Villegas Moreno. También resulta paradójico que estas reflexiones, algunas bastante críticas, aparezcan publicadas en el libro de la SAI para conmemorar su centenario, y que fueran escritas solo dos meses antes del escandaloso colapso de la torre 6 del edificio Space, construido por la constructora Lérida CDO, de propiedad de Álvaro Villegas Moreno y su familia.

Por considerarlo de interés para nuestros lectores y muy acorde con los temas de ciudad tratados en el Séptimo Foro Urbano Mundial –que se realiza entre el 5 y el 11 de abril en Medellín– transcribimos a continuación algunos apartes de este texto, cedido a Vivir en El Poblado por este presbítero de la Orden de los Carmelitas Descalzos.

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El problema de la espiritualidad

Introducción
La espiritualidad ha interesado siempre, y ahora más que nunca, como lo más complicado y simple a la vez. Es espiritual el que vive con espíritu. Todo lo humano, por simple que sea, tiene espiritualidad, el espíritu con que hacemos lo que hacemos. La espiritualidad, poca o mucha, es el distintivo del hombre, pues, con poco o mucho, cada acción es realizada con espíritu. Nos encanta el espíritu que percibimos en ella. Tratar el tema de la espiritualidad es, por tanto, abordar un problema que no es problema, algo tan natural como el ver para los ojos y oír para los oídos. Cada uno tiene la espiritualidad del espíritu con que vive y actúa.

El espíritu está presente en todo gesto humano, y por tanto es determinante el cuidado que ponga en él, y que, en términos generales, es el amor o son los apegos. Y ese cuidado es su cultura, pues cultura es cuidado. Amor es lo que une, y apegos lo que desune o separa. Es abismático constatar que vivimos en un mundo de apegos sin amor, obra del hombre, abandonado a sí mismo, sabiendo que quien vive es el hombre, y por tanto, el amor o los apegos son el modo como el hombre vive.

Ingeniería y arquitectura son puntos de vista de la realidad, que es la cultura en su noción unívoca: unidad en la pluralidad y pluralidad en la unidad. Por lo cual, voy a plantear, como fundamento del trabajo, el tema de la cultura. Al desarrollarlo, mostraré sus resonancias extraordinarias en la espiritualidad de la ingeniería y la arquitectura.

Cultura y espiritualidad van de la mano, pues en la cultura está la espiritualidad, y por eso, la cultura sienta las bases de la espiritualidad. Por eso, hacer claridad sobre la cultura es poner el fundamento de la espiritualidad.

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La cultura
Hay muchas nociones de cultura. Aquí tomo la cultura en su noción unívoca, entendida como modo de relación, de manera que relación y modo constituyen la cultura. Para Juan Pablo II, ‘cultura no hay sino una, la humana, la del hombre y para el hombre’1, y por tanto, todo lo que el hombre es y hace, egregio o vulgar, bueno o malo es cultura. Parodiando al conde de Buffon, para quien “el estilo es el hombre”, decimos que la cultura es el hombre. Esta noción unívoca de cultura ve la realidad como unidad en la pluralidad y pluralidad en la unidad, y así las culturas son propiamente modos, puntos de vista de la cultura, y todo punto de vista es la vista de un punto.

Esta noción unívoca de cultura se refiere a toda la realidad humana, unidad en la pluralidad, pluralidad en la unidad. No hay nada humano que no sea cultura. En realidad, la cultura es el hombre, y por eso donde hay un hombre hay cultura, que es su modo de relación consigo mismo, con los demás, con el cosmos y con Dios, llamada relación cosmoteándrica. Y por eso, las artes, la moda y las costumbres son dimensiones de la cultura, que abarca todo lo humano.

La relación
Si cultura es modo de relación, la relación aparece como el fundamento de la cultura, y el modo lo que la determina. La relación es, por tanto, de importancia excepcional. Podemos entender la relación como la ‘corriente de secreta simpatía que une las partes con el todo’2, el equipaje que todo ser trae a la existencia: la piedra, el árbol, el pájaro, y en especial el hombre, ser relacional por excelencia pues existe en relación con todo.

La relación es de la misma categoría que la sustancia, fundamento de todo pues nada existe fuera de la relación. El hombre no quita ni pone la relación, sino que la daña o la mejora según el modo con que la determina, malo si es de desamor, como la codicia o el odio, o bueno si es de amor, como la acogida y la solidaridad. Por ser dinámica, la relación requiere cultivo permanente, de donde le viene el nombre de cultura, lo que el hombre cuida, cultiva, trata con interés y solicitud. Mediocridad es el resultado del descuido del modo en la relación, más frecuente de lo deseable.

“Surge así una nueva imagen y una nueva ordenación del mundo en la que la suprema posibilidad del ser no es la de poder vivir aislado, la de necesitarse sólo a sí mismo y la de subsistir en sí mismo. La suprema forma de ser lleva pareja la relación”3. La relación no es, entonces, concepto, teoría o cosa, sino poder personal, persona, el Espíritu Santo, poder personal, divino, que da existencia y sentido a todas las cosas.


Padre Hernando Uribe Carvajal, conventual Casa de Espiritualidad Monticelo

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El modo
Junto a la relación, aparece el modo, también de importancia excepcional. Modo es estilo, sello, talante, carácter, el determinante que convierte en cultura la relación. Los modos son ilimitados, como lo expresa el adjetivo con que calificamos el sustantivo. De esta manera podemos afirmar que solo hay un hombre, y que cada hombre es un modo de ser hombre, un modo relación, un modo de cultura, y no puede no serlo. Si la cultura es el hombre, cada hombre tiene la cultura del modo que pone a su relación consigo mismo, con los demás, con el cosmos y con Dios, llamada relación cosmoteándrica porque incluye al cosmos, a Dios y al hombre. El pesimismo y la pereza, o el entusiasmo y la solidaridad son modos de relación, y por tanto de cultura.

Del modo es posible afirmar lo mismo que de la relación, que no es un concepto o una cosa, sino una persona, el Espíritu Santo, el Amor divino, dando vida y sentido a todo. Hay un modo de los modos, el amor, que es unidad de dos.

Si al hablar de relación y de modo, nos referimos al Espíritu Santo, quiere decir que la espiritualidad está en todo, pues la espiritualidad es la obra del Espíritu en la creación, en especial en el hombre, agente por excelencia de encarnación y presencia del Espíritu. En cuanto creador, el hombre secunda la creación, la obra del Espíritu, y en esa medida es espiritual.

El amor, el modo de los modos
Amor es “unidad de dos”4. Amar es convertir la relación en comunión, en comunidad. Yo me amo en la medida en que hago comunidad conmigo mismo, tarea excepcional, fundamento de todo, en extremo comprometedora, sobre todo porque ni siquiera tengo conciencia de ella, de la autorrelación. La Biblia hace una afirmación extraordinaria, de la cual necesito tomar conciencia por el sentido que da a mi vida cotidiana: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10, 27). Mi amor a mí mismo es el fundamento de mi amor al prójimo y al cosmos, fruto del amor de Dios. Dios me capacita para la tarea asombrosa de ser el guardián del ser en el mundo, lugarteniente del Creador en la creación.

El amor está determinado por los sentimientos. Ellos me indican de manera precisa el amor que me tengo a mí mismo. Todo sentimiento dañino, como la rabia o el odio, es un maltrato que me doy, indicio de que me amo poco o no me amo. Me amo cuando cultivo sentimientos que afianzan la relación mía conmigo mismo, sentimientos benéficos, como generosidad, acogida, solidaridad. Gracias al amor a mí mismo voy a mi interioridad y descubro la maravillosa compleja unidad que soy, lo que el hombre del siglo XXI necesita con urgencia, sobretodo por lo distraído que lo mantienen los medios de comunicación.

El amor es el modo de los modos. Quien ama, participa de la condición divina, “porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5,5), pues el amor hace al hombre divino, “imagen y semejanza de Dios”. “Donde no hay amor, ponga amor y sacará amor”, es la consigna de San Juan de la Cruz, uno de los grandes maestros de la humanidad, sobretodo en este momento turbulento y codicioso.

Los místicos conocen la novedad divina del amor. “Por grandes comunicaciones y presencias y altas y subidas noticias de Dios que un alma en esta vida tenga, no es aquello esencialmente Dios, ni tiene que ver con él, porque todavía, a la verdad, le está al alma escondido, y por eso siempre le conviene al alma sobre todas esas grandezas tenerlo por escondido y buscarle escondido diciendo: ¿Adónde te escondiste? […] en el íntimo ser del alma […] por lo cual le conviene entrarse en sumo recogimiento dentro de sí misma” 5. Y allí encontrará al Amado, que es a la vez ‘el principal amante’6 . Por lo cual, buscar siempre al Creador como su Amado es la condición natural, apremiante y ennoblecedora de la criatura.

El influjo
Del carácter totalizante de la relación viene el influjo, bueno o malo, que flota en el ambiente que respiramos. “Nuestros pecados ocultos envenenan el aire que otros respiran, y cierto crimen, del que un miserable lleva el germen sin saberlo, no habría madurado nunca sin este principio de corrupción” (G. Bernanos). Del bien puedo decir lo mismo, lo irradio, aun sin darme cuenta, en mi modo de sentir, pensar, hablar y actuar. Mi modo de relación es el espíritu que irradio, el influjo que ejerzo, la espiritualidad que me distingue y contagio a los demás, sabiendo que mi comportamiento es el fruto del influjo que los demás, aun en forma inconsciente, ejercen en mí.

El influjo es una fuerza recíproca extraordinaria. Quien se cultiva poniendo amor en su relación consigo mismo, con los demás, con el cosmos y con Dios, llamada relación cosmoteándrica, ejerce en los demás, en el medio ambiente un efecto de mejoramiento admirable. Quien ejerce el mal con pasión porque se ha jugado a ello su vida, crea una atmósfera de destrucción sorprendente por su influjo demoledor en los demás.

Todo lo humano está marcado por el influjo, como lo manifiesta tan bien el inconsciente colectivo, del cual todos participamos sin darnos cuenta. Por lo cual la educación debe prestar especial atención a la fuerza y eficacia del influjo. Educar es desatar fuerzas poderosas en líderes, que lo son porque influyen con su comportamiento en los demás, crean un mundo, un sistema, una cultura, un modo de vivir que se arraiga en forma indeleble.

El influjo aparece de modo especial en las bellas artes, como la literatura, la poesía, la pintura, la música. No hay artista sin deuda. Es fácil seguirle los pasos, para descubrir cómo se enriquece hasta con el aire que respira. Juan Sebastián Bach, por ejemplo, llevó a la perfección los géneros musicales tradicionales. Con El Clave bien Temperado llevó al teclado muchos ritmos de la danza. Además reciclaba melodías escritas por él y por otros, y eso era considerado un halago. Ana Magdalena cuenta que Bach necesitaba siempre una melodía inicial de otra parte para empezar a componer.

Cultura y religión.
Cultura es modo de relación del yo consigo mismo, con los demás y con el cosmos y también con Dios. La relación con Dios, que es de inmediatez, es decir, sin intermediarios, va de dentro hacia fuera, y se llama religión. La religión es la relación de amor de Dios con el hombre, del hombre con Dios, y cuya práctica es la oración. Para S. Teresa, “orar es tratar de amistad con quien sabemos nos ama”7. Cultivar la oración es cultivar la seguridad del amor divino, del Creador a su criatura, al hombre.

Así como cultura no hay sino una, religión no hay sino una, la humana, la del hombre y para el hombre, y así las religiones son propiamente modos de religión. De esta manera aparecen con naturalidad el ecumenismo y el diálogo interreligioso, en que cada uno se enriquece con el modo del otro en dinamismo constante.

San Agustín presenta así su relación con Dios:
“¡Tarde te amé, Hermosura siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que si no estuviesen en ti no existirían” 8.

No hay razón para vivir lejos de Dios que camina en mí conmigo. Cultivo mi relación con Él con solicitud, teniendo en cuenta que Él es mi verdadera intimidad.

Si la religión es la relación de Dios con el hombre, del hombre con Dios, relación de amor, pues Dios es amor, como lo dice la Biblia (1 Jn 4, 8.16), la institución religiosa no es propiamente la religión, sino una dimensión de la misma, que tiene la calidad del amor que pongo, que ponemos en ella. Ratzinger tiene esta página magistral:

“La relación con Dios es algo profundamente personal, y la persona es un ser en relación, y si la relación fundamental —la relación con Dios— no está viva, si no se vive, tampoco las demás relaciones pueden encontrar su justa forma. Pero esto vale también para la sociedad, para la humanidad como tal. También aquí, si falta Dios, si se prescinde de Dios, si Dios está ausente, falta la brújula para mostrar el conjunto de todas las relaciones a fin de hallar el camino, la orientación que conviene seguir”9.

La relación de amor con Dios es una dimensión de la cultura y al mismo tiempo su fundamento, y por tanto la garantía del comportamiento, la ética. De esto hablaremos más adelante.

Cultura y espiritualidad
Cultura es modo de relación del yo consigo mismo, con los demás, con el cosmos y con Dios. La espiritualidad acentúa la relación con Dios como Espíritu, y como el Espíritu está en todo dándole existencia y sentido, en todo hay espiritualidad.

La espiritualidad es un tema de actualidad. Aparecen con frecuencia títulos como éste: “El espíritu del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios”, con preguntas y afirmaciones de este talante:

“¿Qué es la espiritualidad? ¿Qué es la vida del espíritu? ¿Qué es un espíritu? ‘Una cosa que piensa’, dijo Descartes, ‘es decir, una cosa que duda, que concibe, que afirma, que niega, que quiere, que no quiere, que también imagina, y que siente’. Yo añadiría: que ama, que no ama, que contempla, que recuerda, que se burla y bromea […] El espíritu no es una sustancia; es una función, un poder, un acto (el acto de pensar, querer, imaginar, hacer bromas…) y este acto es por lo menos incuestionable, ya que todo cuestionamiento lo supone.”10.

Espiritualidad es un sustantivo abstracto, que en la mentalidad racionalista de la cultura occidental significa una cosa. Pero, en realidad el sustantivo abstracto existe sólo en la mente con fundamento en la realidad. No se trata, por tanto, de una cosa que podemos tomar o dejar, sino de un modo de ver y entender la realidad y de ubicarse en ella. El sustantivo abstracto determina modos de ser y modos de ver y tratar personas y cosas. La espiritualidad no es una cosa que yo tengo; soy yo mismo como aparezco en mis acciones, buenas si son de amor, y malas si son de apegos.

Religión y espiritualidad
La cultura es el hombre, y la religión y la espiritualidad son afines, dos dimensiones de la cultura. En la relación con Dios, la religión acentúa la relación, y la espiritualidad el espíritu. No es raro oír y leer: religión no, espiritualidad sí. Afirmación basada ante todo en el desconocimiento de ambas dimensiones de la cultura, que es toda la realidad humana.

Vemos la religión como un religar, un volver a juntar lo separado. ¿Y qué es lo separado? ¿Dios y el hombre? ¿Y quién es Dios? ¿Y quién es el hombre? ¿Puede estar Dios separado del hombre? ¿Puede el hombre estar separado de Dios? Un Dios separado, ¿qué Dios es? Un hombre separado de Dios, ¿qué hombre es? Gran tragedia la de enredarse en confusiones de este estilo por la falta de claridad en la apreciación de la realidad. Ver la cultura como modo de relación cosmoteándrica enriquece sobremanera la visión de la realidad y el modo de vivir.

La relación del hombre con Dios admite incontables modos, y el ser humano, iluminado y fortalecido por Dios, determina el modo de relación en cada situación y oportunidad. De parte de Dios, la relación es de amor, perfecta, divina, infalible; de parte del hombre requiere disposición para que sea buena. Dios da al hombre su amor divino para que lo ame con ese mismo amor, amor que el hombre acoge disponiéndose.

Para los presocráticos todo está lleno de dioses. Su saludo espontáneo es digno de toda admiración. “Entrad, también aquí hay dioses”. El instinto de lo divino llenaba la atmósfera de cordialidad. Catalina de Génova, por su parte, afirmaba: “Si como, si bebo, si me muevo, si hablo, callo, duermo, velo, veo, oigo o pienso, si estoy enferma o sana… todo en mí es para Dios, y para el prójimo por amor a Dios”. Y para San Agustín, Dios era más íntimo a él que él a sí mismo 11.

Acercamiento a lo divino
Dios, el Creador, no puede ser abordado con los criterios racionales con que abordamos lo creado, que es sensorial en cuanto nos llega por los sentidos: lo vemos, oímos, olemos, gustamos, tocamos y pisamos, y elaboramos su conocimiento con la mente y el corazón. Dios, por el contrario, es inespacial e intemporal, y por eso no es, no puede ser objeto de los sentidos. La luz del sol enceguece a la lechuza en vez de darle mejor visión. Dios es invisible, inaudible, inefable, intangible, requiere, por tanto, criterios diferentes de acogida. “No era de luz, no era de armonía, / ni de color; el corazón lo sabe, / pero decir cómo era no podría / porque no es forma ni en la forma cabe” (Dámaso Alonso).

De Dios hablamos en símbolos. El símbolo es una cosa que remite a otra, nos lleva de lo conocido a lo desconocido, de lo sensorial a lo insensorial. Cuando decimos que Dios es luz, agua, fuego hemos de caer en la cuenta de que estas palabras aquí cambian de significado, mundo inimaginable que la fantasía y el corazón tienen por descubrir. En realidad, luz, agua y fuego derivan su sentido y valor de la luz, el agua y el fuego que es Dios.

“Cuando amo a Dios, amo cierta luz, cierta armonía, cierta fragancia, cierto manjar y cierto deleite, que es luz, fragancia, alimento y deleite de mi alma. Resplandece entonces en mi alma una luz que no ocupa lugar; percibo un sonido que no lo arrebata el tiempo; siento una fragancia que no la esparce el aire; recibo gusto de un manjar que no se consume por comerlo y poseo estrechamente un bien tan delicioso, que por más que lo disfrute y me sacie, nunca puedo dejarlo por fastidio”.

Texto admirable de S. Agustín sobre la inefabilidad de Dios, para ser captada y vivida por el hombre como tarea incansable de su condición humana.

La espiritualidad es el Espíritu divino dando amorosamente la existencia a cada ser creado, a la piedra, al árbol, al pájaro, al hombre. Si ver es natural para los ojos, ser espiritual lo es para el corazón, sabiendo que también la piedra tiene corazón, como asegura el constructor de catedrales.

La espiritualidad es la obra de Cristo. Así lo atestiguan los peregrinos de Emaús, que al final del camino se dicen llenos de asombro: “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba por el camino?” (Lc 24, 32). Cada hombre es un peregrino, movido en cada paso por el Espíritu divino que le incendia el corazón.

Espiritualidad y ética.
Soy agente de cultura haciendo lo que hago. Ser y hacer son dimensiones distinguibles, no separables. En lo que hago, manifiesto lo que soy. Por sus frutos los conoceréis, dice el Evangelio, y añade: “Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos” (Mt 7, 18). Hago lo que soy, soy lo que hago. La espiritualidad indica lo que soy, espíritu encarnado, y la ética es mi comportamiento, lo que hago. La verdadera ética es fruto de la espiritualidad, de una vida de amor. Por lo cual, es muy acertado S. Agustín:

“Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor. Si gritas, gritarás con amor. Si corriges, corregirás con amor. Si perdonas, perdonarás con amor. Si está dentro ti la raíz del amor, ninguna otra cosa sino el bien podrá salir de tal raíz”.

Soy verdaderamente ético en la medida en que cultivo la relación de amor conmigo mismo, que es la autoestima; con los demás, que es la política, el arte del bien común; con el cosmos, que es la ecología, la vida en casa, y la economía, el buen manejo de la casa; y con Dios, que es la religión, la espiritualidad. Los cuatro polos, gracias a la relación, tienen sentido de unidad. Si falla uno de los cuatro polos, fallan los otras tres, pues la relación entre ellos es esencial, no puede no darse, siempre existe. Tarea posible en la medida en que el hombre cuenta con Dios. En la medida en que Dios es el fundamento de la autoestima, la política, la economía y la religión, hay espiritualidad. Y ética, fruto de la espiritualidad. Por ser amor, realizo obras de amor, la verdadera ética.

Que Dios sea la verdadera garantía y fundamento del comportamiento humano, de la ética, lo dice en forma acertada S. Juan de la Cruz.

“Cuanto el alma va más a oscuras y vacía de sus operaciones naturales, va más segura; porque, como dice el profeta (Os. 13, 9), la perdición al alma solamente le viene de sí misma, esto es, de sus operaciones y apetitos interiores y sensitivos, y el bien, dice Dios, solamente de mí. Por tanto, impedida ella así de sus males, resta que le vengan luego los bienes de la unión de Dios en sus apetitos y potencias, en que las hará divinas y celestiales” 12.

Estoy llamado a actuar con espíritu porque soy espíritu y tengo espíritu, y el espíritu con que vivo y actúo es mi espiritualidad, el fundamento de mi ética. El hombre encarna el Espíritu Divino en el mundo según el espíritu con que vive y actúa. Sé bien lo que es vivir y actuar con espíritu: me encanta ver comer con espíritu a quien invito a la mesa familiar, y el espíritu con que me cuenta su último viaje y el éxito en su trabajo. Da gusto ver caminar, mirar, barrer, cocinar, escribir, estudiar, orar con espíritu. Ética y espiritualidad van de la mano. La garantía de mi ética es mi espiritualidad, mi espiritualidad se manifiesta en mi ética. Mi ética manifiesta lo que soy. Por sus frutos los conoceréis.

Ratzinger tiene esta página magistral sobre la ética.

“El mundo es bueno y es bueno vivir en él. El Dios que es creador y que se expresa en su creación, da también a la acción humana dirección y medida. Estamos viviendo una crisis del ethos que no sólo es, ni mucho menos, una cuestión académica sobre los fundamentos últimos de las teorías éticas, sino también una oportunidad eminentemente práctica. Que el ethos sea una cosa que realmente no se puede fundar, es algo de lo que se habla por ahí y que influye. Las publicaciones sobre el tema ethos brotan por todas partes, lo cual, si bien muestra por un lado lo mucho que la cuestión preocupa, por otro indica hasta dónde llega el desconcierto. A lo largo de su itinerario intelectual, Kolakowski ha llamado expresamente la atención sobre el hecho de que la eliminación de la fe en Dios, por más que pueda girar y cambiar, lo que hace en definitiva es quitar al ethos su fundamentación. Si ni el mundo ni el hombre vienen de una razón creadora, que porta en sí misma la medida y se inscribe en la existencia del hombre, entonces lo único que queda son las normas de tráfico de la conducta humana, que se justificarán o rechazarán según su utilidad” 13.

La fragilidad del hombre es tal, que sólo Dios puede garantizar el sentido ético de la existencia humana. Ama y haz lo que quieras indica que el amor, que viene de Dios y mantiene al hombre en Dios y lo lleva a Dios, es lo único que puede sostenerlo y darle sensatez y equilibrio para hacer el bien y evitar el mal. Es evidente que la fragilidad humana está en cada paso del camino, pues como atestigua el mismo san Pablo: “No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí” (Rom 8, 19-20).

La religiosidad popular
La religión y la espiritualidad se manifiestan de manera especial en la religiosidad popular, fenómeno humano con entrañas de madre, pues se mama con la leche materna. La religiosidad popular da al ser humano su verdadera estatura, la de vivir de amor, amor a sí mismo, amor a los demás y amor a todos los seres de la creación, fruto del amor a Dios, de donde dimana todo amor, el misterio, la más entrañable realidad. Voltaire expresa a su manera el sentido de la religiosidad popular, pura evidencia de inmediatez: “Para saber si hay un Dios, sólo te pido una cosa, que abras los ojos”. El pueblo tiene esta mirada instintiva, y si la cultiva, obtiene un beneficio que ninguna ciencia humana alcanza.

Me adiestro en el arte de ver, de mirar hasta encontrarme de repente en la admiración y la alabanza de lo divino aconteciendo en mí, haciendo transparente y simple mi corazón. Da gusto conversar con la gente en forma espontánea sobre los sentimientos que determinan los anhelos elementales del corazón, y más cuando se ve claramente que el que habla se llena de emoción hablando de lo que no tiene nombre con quien está dispuesto a escuchar.

Un Padrenuestro rezado en secreto, una novena hecha de rodillas en un campamento de carretera antes del sueño, un gesto de gratitud por el premio de la paciencia en una enfermedad, son gestos que conmueven aun el corazón más insensible a lo divino, hasta estallar en alabanza y adoración. Un sutil sentimiento de ternura sostiene hasta el más desventurado de los destinos. Hay en el hombre muchas más cosas dignas de admiración que de desprecio, es la expresión de un novelista perplejo ante la incógnita del destino humano. Como si esa admiración tuviera nombre propio, Dios. Lo que el pueblo lleva en las entrañas con una ternura tan sutil que cabe en los resquicios más ocultos del alma.

La religiosidad popular es una geografía por explorar. Las sorpresas llevarán de suspenso en suspenso hasta al más avezado de los caminantes.

La espiritualidad del antioqueño
El antioqueño es religioso, trabajador, familiar, creativo, honrado, emprendedor. En la familia tradicional ha existido un acentuado espíritu religioso, de costumbres singulares, como pedir la bendición a los papás al salir de casa, rezar juntos el rosario y la novena, ir a misa el día de fiesta. Su religiosidad se manifiesta de modo especial en las despedidas: “Que Dios te lleve con bien”, “que la Virgen te acompañe”, y al llegar: “Me fue muy bien, gracias a Dios”. Las novenas patronales son el orgullo del pueblo: la Virgen del Carmen, el Señor de las misericordias, María Auxiliadora, la Asunción, el Santísimo Sacramento, con las horas santas y las cuarenta horas, etc. La religiosidad popular es el instinto de lo divino, riqueza autóctona, grata y espontánea a la vez. En ella el corazón vive con naturalidad su relación de amor con el ser divino, cuyos beneficios son incalculables.

El antioqueño es acogedor y hábil para los negocios, y también engreído y antipático. Siente, con todo, en su interior una fuerza que lo lleva más allá de sí mismo, el Espíritu Divino, que da existencia a todo, pues “en Él vivimos, nos movemos y existimos […] porque somos también de su linaje” (Hechos 17, 28). Siente porque Él lo mueve a sentir; piensa porque Él lo mueve a pensar; habla porque Él lo mueve a hablar; actúa porque Él lo mueve a actuar. Su compañía es siempre fiel. El mérito del creyente consiste en cultivarse para acoger la presencia bienhechora del Espíritu, pues contando con él, puede lo imposible, hacer el bien y evitar el mal.

El narcotráfico ha ejercido un influjo enorme en el espíritu codicioso del antioqueño, que se jacta, además, de ser “tumbador”, a pesar de saber que un negocio es bueno si las dos partes ganan. La codicia, la inequidad, la tacañería, la violencia, la inseguridad y el miedo envenenan el ambiente que respiramos. Forma de espiritualidad que necesita cambiar de rumbo. Desafío enorme para la Sociedad Antioqueña de Ingenieros y Arquitectos, SAI.

El antioqueño necesita ver la religión con los ojos del corazón para cambiar su mirada codiciosa por la mirada amorosa sin apego ninguno a personas y cosas. El amor lo hace libre, desapegado, exigente y responsable. S. Juan de la Cruz tiene un poema sobre el amor y los apegos que le da sentido pleno a la existencia humana.

“Sin arrimo y con arrimo,
sin luz y a oscuras viviendo,
todo me voy consumiendo”.

Estribillo con esta glosa o comentario:

“Mi alma está desasida
de toda cosa criada
y sobre sí levantada
y en una sabrosa vida
sólo en su Dios arrimada;
por eso ya se dirá
la cosa que más estimo
que mi alma se ve ya
sin arrimo y con arrimo”.

El amor cambia el comportamiento codicioso del idólatra y corrupto por la mirada amorosa del creyente que se manifiesta en generosidad, justicia y paz. El amor, que da sentido al universo, es la solución a las crisis en que vive el hombre actual, y que tiene como fruto la solidaridad, que significa ante todo cargar con el pecado ajeno como si fuera mío.

Ingeniero, arquitecto y espiritualidad.
Medellín es una ciudad de desarrollo vertiginoso, marcado por el desorden, la tacañería, la codicia, el mal gusto, la chabacanería y la corrupción. Tarea ímproba para la Sociedad antioqueña de ingenieros y arquitectos. Para los filósofos la ingeniería es un arte científico mediante el cual un grupo particular de personas cultiva su ingenio, que es la destreza en discurrir e inventar cosas, que con frecuencia destruye la naturaleza y contamina el mundo con formas dañinas para el ser humano. Desafío enorme a la espiritualidad.

El arquitecto sabe, por su parte, que la casa está en función del que vive en ella, y por eso la construye con gusto refinado para que quien la habite se contagie de la atmósfera divina que el constructor puso en ella. S. Juan de la Cruz escribió unos versos de poderosa inspiración: “Mil gracias derramando / pasó por estos sotos con presura, / y yéndolos mirando / con sola su figura / vestidos los dejó de hermosura”. Hermosura que el arquitecto aprisiona con destreza, anticipando el cielo en la tierra. Admirable espiritualidad.

Un caso patético
Rogelio Salmona (1927 – 2007), figura central de la arquitectura colombiana, estuvo en Medellín en marzo de 2006, donde dijo que Colombia es víctima de un urbanismo atropellador y especulativo. Los constructores quieren ganar hasta el mínimo centavo por metro cuadrado.

«En Medellín, una ciudad que yo he visto hace años, que he visto hace unos meses y que he visto ahora, hay una total insensibilidad con el medio geográfico. Lo que está ocurriendo en El Poblado es asustador. Eso hay que decirlo y hay que frenarlo. Como hay que decir que Medellín debe recuperar el centro, porque en el pasado fue un lugar activo y un lugar de encuentro, que se fue perdiendo en el momento en que se produjeron intervenciones insensibles con los lugares tradicionales como lo fueron La Playa y Junín. Allí la destrucción no se hizo porque la ciudadanía lo quiso sino porque se intervino bruscamente sin tener en cuenta la tradición y la historia […] Hay que frenar la injusticia de que la empresa privada gane dinero con la plata del pobre, subvencionada por el Estado. El Estado puede hacer propuestas coherentes de diseño, que equilibren ese mercado tan dañino. La vivienda social en manos privadas ha sido un desastre para las ciudades en Colombia”14.

Un caso singular
En 1853 Napoleón III nombró a Jorge Eugenio Haussmann prefecto del Sena con plenos poderes para transformar a París. Y por eso le dio un equipo de juristas, ingenieros, arquitectos, paisajistas y geómetras, con el cual realizara durante diecisiete años un programa de urbanismo de una amplitud desmesurada por lo atrevido, casi brutal. París asombra a los visitantes por las decenas de kilómetros de amplias avenidas rectilíneas, llenas de árboles y de construcciones casi idénticas. En Medellín tenemos esta inquietud: ¿qué pasó con los diseños urbanísticos de Pedro Nel Gómez, gran conocedor de París y Florencia?

Las preguntas abundan. ¿Hay algo nuevo comparable a la arquitectura de la plazuela de S. Ignacio o la estación del tren o el palacio de la gobernación? ¿Qué significa el hacinamiento de edificios antiestéticos al lado del Hotel Intercontinental? Un profesor universitario de Medellín, especialista en urbanismo, dice que El Poblado es la zona tugurial más grande de América Latina. Para la Sociedad Antioqueña de Ingenieros y Arquitectos, que se plantean la inquietud de la espiritualidad, estas inquietudes causarán desvelo, preocupación. O mejor, ¿qué han hecho y qué deben hacer para evitar semejante atropello urbanístico?

Conclusión
La espiritualidad no existe. Terminar un trabajo sobre la espiritualidad con esta afirmación es un despropósito o al menos una humorada. En realidad, espiritualidad es un sustantivo abstracto, que sólo existe en la mente con fundamento en la realidad. Existe el hombre espiritual. Y cada ser humano lo es en la medida en que vive con espíritu. El espíritu que pone en lo que hace es su espiritualidad.

En todo hay espiritualidad porque todo es obra del Espíritu. Es natural y laudable que la Sociedad Antioqueña de Ingenieros y Arquitectos se interese en la espiritualidad, pues todo lo que han hecho tiene espiritualidad, es su espiritualidad.

Preguntar qué espíritu han puesto en su trabajo, y con qué espíritu deben trabajar, es la inquietud. Si somos sinceros, cambiar la codicia y el tráfico de influencias por la creación estética y el arte del bien común, la política, llevaría nuestras empresas muy lejos en la construcción del humanismo cristiano, la obra del hombre como representante del Creador en el perfeccionamiento de la creación. Vivir con espíritu, trabajar con espíritu, caminar con espíritu, comer con espíritu, hacer ingeniería y arquitectura con espíritu es verse ante un desafío colosal, digno de toda admiración.

Hablando del Dios desconocido, San Pablo dice en el areópago de Atenas que “en él vivimos, nos movemos y existimos”. La presencia del Espíritu en el hombre es una realidad envolvente, abrumadora. Se trata de cultivar la sensibilidad para poner espíritu en cada gesto del trabajo cotidiano. El ingeniero es hombre de ingenio, creativo, hábil para hacer lo que hace, y el arquitecto tiene la vocación de hacer acogedora la casa que construye.

El gran matemático alemán, Carl F. Gauss (1777-1855) dejó esta consigna: “Cuando suene nuestra última hora será grande e inefable nuestro gozo al ver a quien en todo nuestro quehacer solo hemos podido vislumbrar”. Fuente de inspiración para llenar de belleza creativa la tarea de ingenieros y arquitectos antioqueños. Cada trazo será anticipo del cielo, expresión perfecta de su espiritualidad.

Hernando Uribe Carvajal ocd
Monticelo, Casa de espiritualidad
6 de agosto de 2013.

1.Juan Pablo II. Ex corde Ecclesiae 3.
2 .Cf. PAZ, Octavio. Las peras del olmo. Bogotá: Planeta. 1985, p. 150. Es un artículo sobre “Arte mágico”.
3. Id., p. 125. 4. S. Juan de la Cruz, Cántico Espiritual 36, 1.
5. S. Juan de la Cruz, ib., 1, 3.6.
6. Ibid., 31, 2.
7. Libro de la vida 8, 5.
8. Confesiones. 10, 27, 38.
9. Ratzinger, J. Vísperas en la catedral de Aosta, 24 de julio de 2009.
10. COMTE-SPONVILLE, André. L’Esprit de l’athéisme. Introduction à une spiritualité sans Dieu. Paris: Albin Michel. 2008, p. 144.
11. Cfr. Confesiones 3, 6, 11.
12. Noche oscura 2, 16, 3.
13. Ratzinger, J. Introducción al cristianismo. Salamanca: Sígueme. 205, p. 30.
14. Rogelio Salmona. En: “Alma Mater”, Periódico de la Universidad de Antioquia, 541 (marzo de 2006) 9.

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