Dónde andarán nuestros mozos

Alfredo Sfeir-Younis no pasa desapercibido. Por grandotote. Por las túnicas, estolas y collares que luce. Por los pelos blancos que le cubren buena parte de la cara y se le trenzan detrás de la cabeza. Por una larga lista de características que le impiden camuflarse en la multitud. Por su formación, su experiencia, su historia de vida, su ocupación…
Quien asista a alguno de sus encuentros, lo primero que va a pensar es que, si hubiera varios Sfeir-Younis en el mundo, probablemente la humanidad sería más consciente, más responsable, más generosa, más comprometida. Más abierta a los cambios que las épocas demandan.
Con la serenidad que ha ido adquiriendo a lo largo de los años –trabajó 30 en el Banco Mundial; desde hace 15 es sacerdote maya y desde hace 7 director del Zambuling Institute for Human Transformation, fundado por él–, los reconocimientos que ha recibido por su compromiso con la paz y el medio ambiente, la lucha que promueve contra la pobreza, los encopetados auditorios que ha llenado y las regiones escondidas del planeta que ha visitado, este chileno, medio loco de ganas de aportarle a la humanidad, estuvo por Medellín. Y, además de trabajar en las cárceles, dirigió dos reuniones. No porque lo hubiera invitado alguna institución académica, o algún gremio, o algún gobernante o gerente, como suele suceder en la mayoría de los países que visita, sino porque a un pequeño grupo de personas, también medio locas, se les metió en la cabeza traerlo y, con las uñas, lo lograron.
Excelente oportunidad la que tuvimos para discutir, disentir, refrescar; para enriquecer e intercambiar puntos de vista quienes acudimos a oír al caballero andante que, al igual que el original, debe ir derribando molinos de viento por donde pasa. Aquí, por ejemplo, si bien las inquietudes planteadas por él cayeron en el terreno abonado de cada asistente, se estrellaron contra la indiferencia de directivos de los sectores público y privado –universidades y medios de comunicación incluidos– que son los que a la mano tienen las posibilidades de multiplicar e implementar maneras novedosas de conjurar distintas parálisis que nos aquejan como seres humanos, como miembros de una sociedad, como ciudad global. Brillaron por su ausencia. (Dónde andarán nuestros mozos/ que a la cita no quieren venir…, entonan los coros de la popular zarzuela).
Sfeir-Younis encarna uno de esos escasos eslabones que unen los dos mundos: el del espíritu y el de la materia. Porque, al mismo tiempo que ejercía como funcionario de alto vuelo de un sector de pocos hígados (la Banca), gracias a su infancia de cristiano maronita, a sus estudios juveniles de filosofía jesuítica, a los conocimientos ancestrales adquiridos de los ancianos mayas, a las meditaciones en la India y a un doctorado en economía ambiental, se preparaba para equilibrarlos. Lo que en buen castellano significa que no es un aparecido y que lo que dice, estemos o no de acuerdo, tiene sustancia.
Por eso, insisto, lástima que nuestros líderes –convencidos, tantos, de que se las saben todas–, desaprovechen las ocasiones de confrontar y confrontarse que se les presentan cuando viajeros no convencionales pasan por Antioquia.
A propósito, ¿qué es lo que hace Proantioquia? Pues…, curiosidad.
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