Don Juan Carlos

 

En el escrito de marras, Vallejo también se mostraba preocupado por el tratamiento que el Alcalde le iba a tributar al visitante peninsular, y le advertía una y otra vez que no le fuera a decir “Majestad”, como dice que hizo Álvaro Uribe en alguna cumbre de mandatarios. El asunto no carece de interés, pues, efectivamente, decirle “Majestad” a mi tocayo de Borbón es un adefesio histórico que borra, como de un tosco codazo, los casi dos siglos de historia republicana que dejaron atrás nuestro abyecto pasado colonial. En una tertulia nocturna en Santo Domingo Savio, Héctor Abad Faciolince, consciente de la complejidad del asunto, propuso una cómica solución: vosear a Juan Carlos y reconocerle su título al mismo tiempo, dirigiéndose a él, por ejemplo, con un “¿Vos qué querés Rey?” peligrosamente cercano a los tiernos reclamos que décadas atrás nos hiciera mamá. La de Vallejo es una alternativa más pesada: llamarlo Doctor Borbón, en una tierra en que se llama “doctor” hasta a los más rastreros tinterillos.

El día de la inauguración de la Biblioteca España, al pobre líder comunitario que abrió el acto le prepararon un encabezado de discurso que en su primera línea bajaba la cabeza ante las “majestades”, como si el Santo Domingo de la comuna 1 fuera más bien la ciudad que Bartolomé Colón fundó en La Española en 1496. Después, cuando llegó el turno del Alcalde, éste esquivó en un principio tanto la actitud de súbdito como los atrevidos consejos del autor de “La virgen de los sicarios”, y se refirió al ibérico en términos más generales como “Don” y “Señor”; a la postre, sin embargo, acabó por llamar “majestades” al matrimonio real. Pero no otra cosa podía esperarse: la fiesta barrial había sido preparada sobre una mezcla de sentidos de pertenencia representados en las banderas que agitaban los vecinos, quienes no sabían si sentirse antioqueños, colombianos o descendientes de españoles (aunque el pueblo, Savio y sabio, decidió a su modo esa ecuación de identidad tripartita y acabó flameando nada más el tricolor nacional, emblema de Bolívar en su pasada lucha contra los chapetones).

Al final de esa tarde llegué a una conclusión definitiva sobre el tratamiento que debía dársele al Rey de España. Aunque acabé reconociendo que “su Majestad” no era un tratamiento políticamente peligroso para un latinoamericano (ese “su”, parecido al empleado en la expresión “su mamá”, da a entender que esa majestad no tiene nada qué ver con uno), discurrí que el más correcto era uno de los usados por el Alcalde, “don”, cuyo último significado depende de algo que el oído no distingue: si se lo pronuncia con mayúscula o minúscula. Los realistas escucharán un “Don” que les sugerirá la idea de la nobleza, mientras que los que tienen en poco la monarquía pensarán que se trata de cualquier don Juan Carlos, posiblemente carnicero o hacedor de columnas, casado y con hijos.

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