La silla del otro

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Eustasio Pinto celebró su centenario con la autoridad que muchos quisieran y la apariencia de un hombre ochenta años menor, como en aquella época, cuando se independizó de su casa antes de cumplir los veinte, abrió su propio negocio en la esquina de arriba de la plaza principal del pueblo y era organizador oficial de las fiestas del Club de Jóvenes Cristianos cada quince días. La noche del centenario bailó con Rubina su novia de la juventud, hasta el amanecer del día siguiente, pues aunque hubiera estado casado con Paulina por más de setenta años, Rubina fue la única mujer que amó en su vida. Precisamente, en el momento en que quería decirle al oído la declaración y el ofrecimiento que había llevado con él toda la vida, se acercó a ellos Socorro, la tercera hija de su matrimonio con Paulina y esposa de Eccehomo para recordarle, como siempre en su tono de voz monocorde, que la noche siguiente era el programa donde Eccehomo sería el invitado y que el final de la fiesta ya estaba cerca; Eustasio pidió tiempo a su hija con un gesto de la mano para continuar hablando al oído de la amada perseguida y sólo hasta ahora encontrada, pero ésta lo interrumpió poniendo un dedo sobre su boca, —La historia se repite, le dijo Rubina, ¿te acuerdas que me dijiste lo mismo hace años y tus intenciones quedaron interrumpidas, como esta noche, porque pasó aquello de la bodega donde te quedaste encerrado con la madre de tus hijas?, yo sé que no fue culpa tuya, lo sé, pero me da temor que nos pase lo mismo ahora, porque toda la vida que teníamos por delante en esa época, ahora la tenemos en el recuerdo. Al escucharla, Eustasio revivió aquella noche lejana, justo antes de cerrar el almacén que acababa de inaugurar al otro lado de la plaza, cuando la hija de uno de los clientes de su padre entró y le pidió una docena de agujas para máquina de coser; él respondió que no las había desempacado todavía y que si le daba tiempo hasta el día siguiente las buscaría en la bodega y se las mandaría con el mensajero a la casa, pero ella insistió porque las necesitaba esa misma noche para arreglar el vestido de Salomé que llevaría puesto en la representación del teatro al día siguiente, día de ensayo general con utilería y todo, y agregó que ella tenía el papel principal y se había comprometido a estar lista. Ante tanta insistencia Eustasio le pidió que lo esperara unos momentos mientras iba a la bodega a buscar las agujas. Encontró tres referencias distintas y en lugar de llevarlas al mostrador para ver cuáles eran las que la joven utilizaba en su máquina, prefirió llamarla para que entrara hasta donde él se encontraba y decidiera por ella misma cuál le servía. La joven entró en la bodega detrás del mostrador y las estanterías todavía medio vacías del nuevo almacén, y encontró a Eustasio que la esperaba parado al lado de unos bultos de grano arrumados contra el muro al fondo del local. Fue hasta donde le indicó que se encontraban las agujas, se acercó y en el momento en que le iba a decir cuál de las tres referencias era la que le servía, la luz del único bombillo que iluminaba el lugar se apagó y sin que nadie lo supiera, quedaron a oscuras en la bodega. —Se fue la luz, confirmó tímidamente Eustasio y para tranquilizar a su clienta dijo, debe ser por el verano y el calor de los últimos días, la luz siempre se va cuando hace calor.

La oscuridad era total. Se fue en todas partes, respondió ella. Eustasio intentó hacer un movimiento para buscar una salida, pero sin quererlo se encontró con el cuerpo de la joven en su camino; alargó su brazo y alcanzó a tocar el brazo desnudo de la muchacha que se apoyaba contra la estantería, ella no se movió, se había quedado allí como paralizada. Eustasio murmuró una excusa pero la suavidad de la piel lo hizo temblar, entonces quiso salir hacia donde él creyó que sería el otro lado, pero la joven pensó lo mismo y chocaron en la oscuridad. Había sido un día de mucho calor y los cuerpos no soportaban más de una fina tela que los cubriera; el vestido blanco de algodón delgado, casi transparente de la joven vino a la memoria de Eustasio y al sentirla allí, parada en frente suyo, su cuepo contra el de ella, su perfume, no supo qué hacer. Ella se quedó inmóvil en su sitio, tan nerviosa como él. Súbitamente recordó unas linternas que se encontraban un poco más allá en la estantería, quiso buscarlas pero en su movimiento rozó los senos de la joven; a partir de ese momento ya no supo más de él, se olvidó de Rubina su novia, se olvidó de la luz, del almacén, del pueblo, de sus padres, se olvidó de todo y ya no deseó encontrar nada, ni linternas, ni luces, ni agujas, ni nada; puso las manos sobre los hombros desnudos que parecían llamarlo e instintivamente movió su cara hacia donde con seguridad estaba la de ella, la encontró y buscó sus labios; ella, aún inmóvil pero sin hacer oposición dejó que él los encontrara y cuando lo hizo, toda la fuerza que había quedado paralizada desde el instante en que se fue la luz se liberó de su cuerpo; respondió a sus deseos y los transmitió al joven que la abrazaba; se apoyaron contra los bultos de grano arrumados contra el muro e hicieron el amor por primera y única vez antes de que todo lo que iba a suceder, sucediera.

Apenas se conocían, se habían visto, claro, en la misa o en el almacén de los padres de Eustasio, se habían cruzado varias veces en la plaza, pero nunca se habían dicho nada que fuera más allá del saludo. Paulina era el nombre de la joven que dos meses después entró por segunda vez al almacén. Al verla Eustasio se asustó, pero no perdió la compostura. Habían evitado encontrarse después de aquella noche, ella no se había llevado las agujas y él nunca supo cómo le había ido con su representación en el teatro, entonces, cortésmente, le pregunto si podía ayudarla en algo y agregó para parecer amable, ¿Y cómo van las funciones en el teatro? Ella respondió con un —Bien, pequeñito, apenas audible y se hizo a un lado mientras un cliente que terminaba de hacer sus compras pagaba y se retiraba. Apenas estuvieron solos, Eustasio, sin dejar su lado del mostrador, se acercó para preguntarle como a un comprador cualquiera en qué le podía servir, pero no tuvo tiempo de hacerlo, la joven fue más rápida y antes de que él pudiera decir algo, le dijo con la misma voz pequeñita, apenas audible, abrumada por los acontecimientos:

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—Estoy embarazada.

A partir de esta frase comienza una historia que vincula y desobliga los personajes, cambia sus vidas y trasncurre durante un momento de este siglo xxi, con fondo y situaciones que sucedieron no muy lejos de donde nos encontramos, en el siglo xx.


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