Autorretrato IV, de César del Valle

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Autorretrato IV, de César del Valle
 
 
 
  *Por Carlos Arturo Fernández U., miembro del Grupo de Investigación en Teoría e Historia del Arte en Colombia, de la Universidad de Antioquia. Profesor de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia.  
 
 
 
Por Carlos Arturo Fernández U.
 
  Una de las maneras más frecuentes de describir la situación actual del arte es la afirmación de que en el mundo contemporáneo todo es posible. Y casi siempre, como consecuencia de ello, se entiende que la antigua preocupación por las técnicas y los oficios artísticos ha perdido todo sentido y valor, como si la posibilidad de plantear nuevas aperturas significara al mismo tiempo que se cerraran las puertas a los caminos transitados por casi todos los artistas a lo largo de la historia humana.
Por supuesto, nadie puede dudar que la situación y los procesos del arte se han transformado de manera radical, tanto que vivimos efectivamente un clima de constantes descubrimientos. Pero la dimensión determinante de todos esos procesos no es el olvido del pasado; en realidad, eso sería más fácil y fue el camino simple que siguieron muchos movimientos de vanguardia en la primera mitad del siglo pasado. Lo fundamental en el contexto contemporáneo es el predominio del concepto, la convicción, que parte del mismo productor artístico, de que el punto de partida de la obra es el pensamiento que la sostiene, una visión del mundo, del hombre y del arte, que puede anteceder e incluso superar a la obra misma pero que, sobre todo, se crea y comunica a través de su propio desarrollo.
En este sentido, César del Valle (Pereira, 1985) asume plenamente la condición contemporánea. “Autorretrato IV”, de 2008, en la colección del Museo de Arte Moderno de Medellín, es una obra a lápiz sobre cartón, de 27 x 15 centímetros, que revela una indiscutible maestría técnica pero que no se detiene en el mero placer del oficio manual.
Este joven artista, recién egresado de la Universidad de Antioquia pero que cuenta ya con un amplio reconocimiento, revela abiertamente que fue alumno de Óscar Jaramillo, uno de los más grandes dibujantes colombianos del último medio siglo. Y, lo mismo que en Jaramillo, aquí el dibujo es mucho más que el boceto de un trabajo posterior e incluso va más allá de la idea renacentista del dibujo como diseño y esquematización de lo real. Este trabajo a lápiz sobre cartón es pintura en sentido pleno, con muchos de los atributos de la mejor pintura clásica y con el uso más refinado de la técnica. Así, por ejemplo, es sobresaliente la creación del espacio que logra de la manera más económica aprovechando el cartón de soporte y por los sutiles contrastes de luces y sombras generados por las veladuras del lápiz.
Pero César del Valle no se detiene en un alarde técnico sino que, a partir de la situación aparentemente insignificante del personaje, nos lleva a pensar que “Autorretrato IV” se abre a la pregunta ancestral sobre los vínculos entre el arte y el mundo, cuestionando al mismo tiempo las aspiraciones tradicionales de establecer una identidad simple de lo real. Así, César del Valle pone la técnica al servicio de un concepto que hace patente la complejidad de las relaciones entre arte y realidad en el plano de la vida concreta.
Y para ello se vale del diferente tratamiento entre las partes superior e inferior del cuerpo del personaje. No es claro lo que está ocurriendo aquí. Por un lado, puede entenderse que la obra de arte crea la imagen de la realidad; de hecho, la figura se está materializando ante nuestros ojos, como si fuera el genio saliendo de la lámpara que apenas en unos instantes acabará de completarse y alzará la cabeza para mirarnos de frente. Pero también, en sentido contrario, podemos verla como la constatación del artista de que todo el mundo, e incluso su propia realidad, se van disolviendo en puros trazos de mero arte.
La pregunta queda abierta. En el plano de la experiencia vital, ¿es el arte una posibilidad de entender lo real o, al revés, nos aparta de la vida vivida? Por una parte, podría creerse que, en medio de las fugaces apariencias de la vida, el arte crea el mundo porque crea su imagen (y no necesariamente por medios miméticos) y así nos permite afirmarlo: el arte nombra el mundo y, de esa manera, lo hace real y presente. Pero, quizá, todo esto no es más que una ilusión y la vida se disuelve mientras nos quedamos mirándola sólo con los ojos del arte.
Con la obra de César del Valle uno se siente en un ambiente como el que crean ciertos cuentos de Jorge Luis Borges.
 
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